martes, 1 de junio de 2010

Tendencia. Aporte de un amigo.



Me permito, consignar en este espacio una opinión que me ha hecho llegar un amigo acerca de lo que constituyó -y aún significa- la denominada: "Tendencia Revolucionaria" del peronismo al calor de los agitados años '70.

Tengo para con esa experiencia sentimientos encontrados: muchos de sus artífices merecen de mi parte una censura ilevantable, aunque dejando de lado tales excrecencias (aún vivas) campea en mi evocación a las alternativas seguidas por ese espacio el respeto personal y político.

Sin más prolegómenos, comparto la propuesta de mi amigo:

"La tendencia revolucionaria fue un proceso político en el seno del peronismo, surgido en la década de los sesenta. Confluencia de movimientos, organizaciones y agrupaciones de distintas dimensiones y especies, sindicales y políticas, territoriales y armadas; la tendencia se caracterizó por poner en común una estrategia más allá de las particularidades e intereses grupales.

En efecto, ante el fracaso de las estrategias reformistas o negociadoras, que planteaban un peronismo moderado y colaborador agradable al paladar del régimen instaurado en 1955, aparece la alternativa de un peronismo intransigente con el sistema impuesto por el poder constituyente de las fuerzas armadas, que se expresaba en dictaduras y en democracias restringidas.

Se trataba, a grandes rasgos, de ligar la conducción estratégica de Perón con las masas populares leales al peronismo. Esto es, de dotar de organicidad a ese “gigante miope e invertebrado” del que hablaba John William Cooke.

La infinidad de grupos existentes en aquel tiempo (aunque siempre nos parezca que la fragmentación es solamente un mal contemporáneo) pudo avanzar en la confluencia en una o dos organizaciones, en la medida en que fue trazada sobre la base de esta estrategia.

Pero esta no es una nota de historia sino de política.

¿Por qué recordar aquella confluencia que se plasmó en una estrategia común?

¿Necesita este proceso político abierto en 2003 una tendencia revolucionaria que se plantee la organicidad de la relación entre quienes lo conducen y aquellos que lo apoyan?

¿Es posible vertebrar una confluencia entre todos los movimientos, organizaciones y grupos que hoy apoyan al gobierno kirchnerista, pero piensan que es preciso ir todavía más allá? ¿Qué es hoy ser revolucionario?

Muchas preguntas.

Infinidad de fuerzas políticas y sociales surgidas al calor de estos últimos años son parte de las preguntas y parte de las respuestas.

La etapa actual de este proceso lo enfrenta a un desafío fundamental: o profundizamos o erramos.

O somos capaces de seguir el camino de medidas económicas y políticas que favorezcan abiertamente a los intereses nacionales y populares o vemos cómo la reacción se apodera nuevamente del Estado para servir a los grupos económicos concentrados.

Es imposible ganar la adhesión del Pueblo y su compromiso en la construcción de un proyecto nacional sino ganamos la batalla cultural. Y esto no se hace blandiendo la moderación como bandera, sino resignificando el proyecto nacional en términos de epopeya histórica que incluya a aquellos capaces de soñar una Patria más justa, más libre y más soberana.

Ahí es donde se hacen manifiestos los límites de una dirigencia política reformista y burocrática, que no está a la altura de las circunstancias históricas para el proceso de profundización, que no se anima a ir a más, porque considera que con ello pone en riesgo su propia fuente de sustentación material, porque vive de la política.


Se hace imperiosa la construcción de la fuerza que impulse este proceso. La profundización no es un discurso, sino un avance concreto sobre intereses económicos y sociales de los privilegiados que no se han de resignar alegremente a perderlos.

Los sectores oligárquicos han dado siempre batalla frente al avance popular.

Hoy como ayer, la están librando mediante expresiones económicas, mediáticas y políticas tanto las abiertamente embanderadas, como las funcionales. Pero la respuesta a la misma no puede ser sólo la defensa cerrada de lo hecho, sino enarbolar la bandera de la Patria que queremos construir.

Y para esto tenemos que saber comunicarla. Comunicar no es sólo hablar bien por la televisión y los diarios masivos.

Se trata de construir una fuerza organizada a lo largo y a lo ancho del país con una línea clara, con información precisa (que llega antes que los medios), con militantes formados y con una estrategia común, empoderados por políticas públicas del Estado que construye, de necesidades, derechos.

Comunicación en este sentido es ponerle un horizonte a la realidad, es decir, explicarla, abordarla y transformarla conforme a los intereses populares.

El peronismo de mediados del siglo XX construyó esa estructura en los años felices del primero y segundo gobierno, siendo su columna vertebral los trabajadores.

Eso es lo que le permitió subsistir una vez despojado del control del Estado, en los tiempos de proscripciones, fusilamientos, torturas y desapariciones…

La tendencia no es meramente la unidad de la militancia. Esta es necesaria pero no suficiente. La mayoría de los argentinos y argentinas que apoyan al gobierno de Cristina se encuentran por afuera de las estructuras orgánicas existentes.

No existe total y acabadamente un encuadramiento y canalización de la voluntad y la fuerza militante que se siente expresada por el kirchnerismo. Se trata de ir organizando la esperanza que genera el proyecto nacional para dotarlo de la espalda suficiente para su profundización.

Hoy todos los grupos que apoyamos este proceso tenemos una madurez superior a la que teníamos en 2003, cuando asumió Kirchner. La llegada al gobierno de alguien que enarboló muchas de las banderas que reivindicábamos en la resistencia al neoliberalismo, sorprendió a propios y extraños.

Además, ensayando una autocrítica podemos decir que nadie salió indemne de la cultura neoliberal e individualista instalada en los noventa. Los grupos políticos se insuflaron de un sectarismo y un ansia de figuración individual que contradice muchas veces sus discursos y apelaciones a lo colectivo.

Mucha agua ha pasado bajo el puente. La propia embestida del enemigo nos hace reflexionar críticamente sobre la relación que debemos tener entre aquellos que con diferencias o matices estamos en la misma senda de la liberación.

En síntesis, para aquellos que venimos del peronismo revolucionario, nos interpela la construcción de la fuerza movimientista que exprese la unidad en la diversidad.

La elaboración de una estrategia de tendencia, que sea capaz, al mismo tiempo, de ser útil para compensar las contradicciones de este proceso (contrabalanceando las opciones más conservadoras que juegan dentro el kirchnerismo), y de avanzar en el impulso de un programa revolucionario. Es decir que cargue contra aquellas fuerzas reaccionarias que apuestan a que este gobierno fracase.

¿Qué es hoy ser revolucionario? Acaso no sea tan distinto que en los 40, después de haber sufrido la segunda década infame.

Revolucionario es un Estado que garantice que todos los argentinos y argentinas tengan trabajo, y que puedan vivir dignamente de su salario, que sus hijos no tengan que abandonar la escuela, que exista un mercado interno fuerte en el marco de una Argentina productiva y solidaria.

Un Estado que vuelva a intervenir en la economía recuperando los resortes estratégicos (transformando la estructura de la propiedad, poniéndola en función social).

En síntesis, se trata de construir la unidad en la estrategia, haciendo prevalecer los acuerdos sobre las diferencias, proyectar la tendencia, recuperar el camino revolucionario del peronismo. Estos son algunos de los desafíos de la etapa para una militancia que vuelve, como el fuego, a calentar desde abajo".

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