viernes, 23 de julio de 2010

Feinmann y el peronismo (el peronismo, siempre el peronismo)



Pese a haber leído con puntualidad las entregas dominicales de José Pablo Feinmann acerca del peronismo durante tres largos años me rendí a la tentación de comprar el primer tomo de: “Peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina”.

El trabajo –enjundioso, sólido, muy personal- está hecho de análisis discutibles aunque inapelables desde la honestidad intelectual del autor, a quien se lo quiere y respeta mucho en este blog. Queda claro que la vida del autor ha sido atravesada, sino decidida, por ese movimiento fascinante que ha sido, y sigue siendo, el peronismo.

Pretende Feinmann explicar al peronismo desde la traducción de la propuesta de los sectores reformistas o revolucionarios de los ’70 en su marco, cuyos militantes fueron sujetos a una implacable demonización a partir de la salida de Cámpora de su fugaz Presidencia en julio de 1973, hasta la llegada de Néstor Kirchner en mayo de 2003, por esos avatares de la Historia, a 30 años exactos del inicio de aquel breve mandato.

Hemos tratado en este espacio sobre la revalorización –progresiva, gradual- de aquella militancia de los años ’70 a partir de las propuestas cinematográficas que repasaron la brutal tragedia argentina del terrorismo de Estado. Ha sido una entrada larga, a la que me remito (24), aunque la convoco, en la medida que el trabajo de Feinmann expresa esa corriente reivindicativa.

Pocos años antes, en 2008 para ser puntual, Horacio González en su complejísimo: “Perón, retazos de una vida”, se ocupa del tema, aunque con un estilo, sino más elegante o distante que Feinmann, que elude la confrontación directa, estilo del segundo.

Por caso, ambos se ocupan de dar respuesta a las “verdades” instaladas sobre el peronismo desde el “alfonsinismo cultural”: pergeñado por ciertos intelectuales que en esos años, nucleados en el “Club de Cultura Socialista”, en el “Grupo Esmeralda” y afines, denostaron al peronismo y en particular al sector que a partir de la caída de Perón en 1955, encontraron en ese espacio el campo fértil para la edificación de una alternativa superadora del movimiento nacido en octubre de 1945.

En efecto, tengo para mí que la integración al peronismo de esos sectores tradujo no sólo una alternativa traumática resistida incluso por el líder y fundador de ese movimiento, sino que ha complejizado esa expresión política, a punto tal, que supo servir de herramienta para proponer, justificar y ejecutar desde su matriz las propuestas más inverosímilmente antagónicas.

Es tan cierto que bajo sus banderas pudo gestarse el movimiento revolucionario de masas más populoso del que se tenga registro en la región, como que desde su seno e incluso con el aval de su conductor (cuestión que trata, con ánimo atormentado Feinmann en el trabajo que se comenta) se pergeñó una represión definitiva a los militantes de tal alternativa.

El trabajo de Feinmann, cuyo eje en mi mirada, está constituido por la paradoja expresada en el párrafo anterior, propone una refutación a los paradigmas instalados por los ideólogos del radicalismo de los ’80.

Recuérdese al respecto, que el presidente Alfonsín –y en especial el sector más conservador de su Partido, que mucho hizo por el fracaso de su Presidencia- tenían hacia la militancia de los ’70 (en particular a su brazo armado) un rechazo parejo del tributado a los terroristas de Estado.

De hecho, Alfonsín impulsó simultáneamente el proceso a los integrantes de las tres juntas militares de esa dictadura militar y el juzgamiento de los cabecillas de las organizaciones armadas “Montoneros” y “ERP”, decisión que determinó, entre otras consecuencias, la detención de Mario E. Firmenich, líder de la primera.

Más allá de la aversión política y personal que tengo por ese sujeto, mirada retrospectivamente, quizás con injusticia, critico la medida de Alfonsín, decidida al calor de la denominada: “Teoría de los dos demonios”, acuñada por esa administración y recogida por el grueso de la intelectualidad política y la sociedad civil de esos años, por cuanto, más allá de la prisión del sujeto abyecto mencionado, otros militantes de esas organizaciones fueron sometidos a la persecución judicial del Estado democrático de derecho, perpetuando un exilio nacido como consecuencia de otra persecución –aunque ilegal- igualmente estatal.

La problemática que presenta el tema, desde el esfuerzo que me ha significado elaborar la rudimentaria reflexión anterior, viene a ratificar mi consideración acerca de la factura del trabajo de Feinmann, quien –se ha dicho y no eludo más el asunto- confronta en ese trance con los ideólogos afines a la propuesta de Raúl Alfonsín, a quienes el autor del libro que tengo entre manos categoriza con un término utilizado en este espacio, en el marco de una saga incompleta.

Los define como “Gorilas 84”: “es el gorila radical, o, más precisamente, el gorila alfonsinista. Algo que desmerece al propio Alfonsín, que nunca fue un político fervoroso en su antiperonismo. Tal vez por ser un político. Tal vez eso haya posibilitado que –en sus hazañas posteriores a sus méritos de los dos primeros años de gestión- haya protagonizado el turbio ‘Pacto de Olivos’ con Menem, la ‘mancha venenosa’” (de la obra citada, p. 45).

Esos “gorilas” venían a celebrar la derrota del peronismo como definitiva, instalando un relato histórico de ese movimiento sino antagónico, refractario a la construcción superadora que la democracia alfonsinista proponía: de allí –seguimos a Feinmann- la proliferación de ensayos, trabajos de investigación, artículos y biografías cimentadas sobre el resalto del cariz autoritario y populista del peronismo, a contramano de los aires que se respiraban.

A ello se sumaba la experiencia de los años ’70 traducida, según Feinmann, como “el malentendido” de quienes ante la evidencia de la experiencia vivida durante los años ’50, se constituyeron en una “generación que marchaba alegremente al desastre”, en palabras de Tulio Halperín Donghi, en el marco de una anécdota de 1984, evocada por el autor. Como, según Feinmann eran años de derrota política y cultural, decidió no contradecir al veterano historiador.

En pocas palabras, el desafío encarado por Feinmann estaba dado por el imperativo de confrontar argumentos críticos al relato de aquellos que desde esa hegemonía cultural volvían a proponer al peronismo como el sumun de las taras y miserias de la república el cual, para colmo, había admitido la gestación y desarrollo en su seno de la organización insurgente de mayor predicamento en los años ’70; experiencia que la propuesta democrática alfonsinista, y precisamente por ello, antagónica, venía a superar.

La necesidad primordial del trabajo es expresamente destacada por el autor, particularidad en la que encuentro otro motivo para encomiarla. Aquellos intelectuales del alfonsinismo que 25 años atrás denostaban al peronismo, y en especial a la “generación del malentendido”, adecuan discursos e hipótesis para censurar al proyecto iniciado en mayo de 2003.

Dice Feinmann: “El Gorila 84 anda por todas partes. El gorilismo ha renacido en tiempos de Kirchner. Hay, incluso, un nuevo odio que había decrecido en épocas anteriores. Se odia el ‘setentismo’ de Kirchner. Su política de derechos humanos. Aquí está lleno de socialistas o de troskystas o de ex alfonsinistas que se desgarran las vestiduras por los treinta mil desaparecidos pero odian a la generación del setenta. Este país se empeña en ser difícil. Si tanto odian a la generación del setenta, acaso no debieran sufrir tanto por los desaparecidos. De acuerdo, son ustedes, buenas personas, son humanitarios y están en contra del horroroso terrorismo de Estado. Pero, ¡qué equivocada estaba esa generación! Y no se engañen, eh. Fueron ellos los masacrados. Los pibes de la Juventud Peronista. Los del Nacional Buenos Aires. Los que trabajaban en las villas. Los que alfabetizaban. Y si no, vayan al Parque de la Memoria. Miren los nombres, uno por uno. Miren las edades. Producen escalofríos: dieciséis, veintidós, veinticinco, diecinueve, catorce. Pero, ¡tan equivocados! Y sobre todo: tan ingenuos. Tan víctimas del ‘malentendido’” (o. cit. pp. 45/6).

He ahí una síntesis de las razones de Feinmann, mediante el estilo tan suyo de polemista punzante, ácido, agudo y –disensos valiosos al margen- cuesta refutar su vigencia, como dejar de resaltar la importancia de su lectura.

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