lunes, 25 de diciembre de 2017

Elogio al ladrón.

Mi escritura en este blog merece ser destacada como una de las tantas inconstancias de mi vida.

Quienes (pocos y pocas, pero buenos y buenísimas) alguna vez leyeron las entradas/catarsis que con apresuramiento he ido dejando caer por aquí saben de qué se trata: de emprender el abordaje del mismo tema de siempre desde diversos ángulos.

Una ensalada demasiado variada: Borges y sus torpezas antiperonistas, a través de los diarios de su amigo Adolfo Bioy Casares; la coyuntura de los años del kirchnerismo al inicio de su despedida; el cine, la televisión y sus divas decadentes, alguito de teatro, River Plate (siempre, River Plate) y, desde ya: el ser radical según pasan los años.

Vuelvo, quien sabe por qué, con la frente marchita (puta que desde el '14 al final del '17 pasaron y nos  siguen pasando cosas) a escribir acá.



Instado, por aquello del instinto vital, a hacer algo que me aleje de un presente que me tiene bastante triste y desconcertado y con el aliento del siempre presente Alberto Filippi, de un tiempo a esta parte vengo ocupándome de Pedro De Angelis, aquel intelectual (fue tantas cosas Pietro, que insumirían varias líneas presentarlo, ya me extenderé en futuras entradas) que escribía en tiempos de Rosas.

Napolitano el hombre, había recalado en el Río de la Plata a fines de 1826, convocado por un presidente (o algo parecido) que se estaba yendo del poder (o algo parecido) cuando él llegaba. Ya escribiré sobre ese evento, que moriría en Buenos Aires, en febrero de 1859, sin haber podido volver intención que, parece, tenía.

Lo curioso en él es el olvido que se abatió sobre su memoria habiendo hecho tanto.

Habiendo dejado tanto.

Abominado, por haber sido el escriba de Rosas y también por extranjero, De Angelis (aunque se lo haya recuperado durante la última década) es un perfecto desconocido, incluso para quienes frecuentan el estudio, la lectura, la atención, de la historia argentina.

Olvido que tiene sus razones y, de eso andaré escribiendo, traduce una condena: la de haber colaborado con Rosas, dado que a su caída, todo lo que se le asoció corrió la suerte del Restaurador de quien, ni el polvo de sus huesos la América tendría, entre 1877 y 1990, en cumplimiento de la profecía de Mármol, José, personaje sobre el que algo, también diremos en este pago.

Ignorado e injuriado, De Angelis.

Se dijo (se dice) del Archivero de Rosas que era: acomodaticio, falso, mazorquero, mercenario y, entre otros elogios, ladrón.

El insulto de siempre hacia los condenados por los mentores de la política excluyente y autoritaria.

Ladrón fue Rosas.

Ladrones, Yrigoyen y Perón.

Hasta Alfonsín lo fue, por un entrañable tiempo, hasta que desde las usinas que tanto hicieron para que su proyecto hocicara -del modo más humillante- pasados los años (una vez fallecido, para ser precisos) empezaron a reconocerle valores mediante fórmulas falaces y simplificadoras.

Ladrón, De Angelis de quien, a partir de hoy se escribirá mucho en este espacio chiquito de cosas chiquitas, para intentar conocerlo un poquito mejor.

Voy a dedicarle esta entrada y las que siguen a Noemí Villa, quien me dio la posibilidad de conversar sobre De Angelis en la Biblioteca Popular de San Isidro, de cuya Comisión Directiva es Vicepresidenta. Y también, claro quede, porque es mi Vieja.



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