martes, 20 de julio de 2010

La última macrista.



Osvaldo Soriano ha venido siendo para mí, desde la lectura y relectura de su obra, un referente indispensable para comprender lo que ha sucedido en la Argentina de mediados de siglo XX hasta su muerte prematura en 1997, además de un deleite incomparable.

No por nada me hago conocer en este medio y otros, bajo el pseudónimo de Andrés Galván, sentido y austero homenaje al héroe que mejor trabajó, de la parejamente dulce y cruel novela “Cuarteles de Invierno”.

“Cuarteles…” propone una saga que, precedida por “No habrá más penas ni olvido” y sucedida por “Una sombra ya pronto serás” da cuenta de los vaivenes que nuestro sufrido país atravesó a partir de 1974: año durante el cual se desarrollan las secuencias de la primera de las obras que destaqué (llevada al cine por Héctor Olivera) reflejo –en clave sórdida y rocambolesca- de la interna que a sangre y fuego se libró en el seno del peronismo de los ’70.

La que tuvo por protagonistas a “La Voz de Oro del Tango”, tal el apelativo de Andrés Galván, cantor perseguido por la dictadura militar y a Rochita, boxeador en las últimas e imposible compinche, propuso un fresco de los años de plomo que sucedieron a aquel tercer peronismo también llevada al cine, en este caso por Lautaro Murúa.

La última, “Una sombra…”, refiere las andanzas de un ingeniero sin nombre y otros personajes de antología, que giraban en redondo en la pampa argentina durante los primeros años ’90, cuando el país se derrumbaba.

Al momento de estrenarse la versión de “Una sombra…”, una vez más a cargo de Héctor Olivera, me llamó la atención que el crítico de la revista “Humor” aludiese a “Barrantes” (personaje interpretado por Luis Brandoni) como “el último peronista”, uno de los tantos trashumantes que vagaban por esa pampa hostil en los tiempos de la muerte del “Estado de Bienestar”.

El pobre “Barrantes” le hacía saber al “ingeniero” que recorría los campos de la zona en busca de peones que quisieran bañarse: llevaba consigo para ello un ominoso artefacto de difícil transporte que consistía en una pequeña cisterna, coronada por una gran regadera, unidas por una manguera interminable que recubría todo el cuerpo del buscavidas.

Su andar errante lo sometía a solitarias y eternas caminatas que matizaba con monólogos, por todos, un relato ininterrumpido de lejanos partidos de fútbol, que interpretaba a la usanza de los relatores de esas épocas: “lleva la pelota Onega, cruza lesférico en dirección a Oscar Más, Pinino encara el área de gol, remaaaaataaaa al arco y sentencia al guardameta. Gooooolll de River Plate, Oscar Pinino Más. River Plate, uno, Racing Club de Avellaneda, cero…”.

“Barrantes” era, para el crítico de “Humor”, como dijimos, “el último peronista”, pretensión que infiero era la del autor de la novela: llevaba prendido a la solapa de su sobretodo un escudo peronista, trataba a sus interlocutores de “compañero” y vivía ese momento suyo de pena y de desgracia con una esperanza muchas veces incomprensible tan propia de, precisamente, los peronistas.

Esta mañana, a través del programa de Víctor Hugo Morales (ese profesional que mediante un decoroso y honrado ejercicio de su profesión viene a ratificar el preconcepto que tengo de los orientales en general) me enteré de la publicación de una columna de Beatriz Sarlo (“Un melodrama familiar” http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1286494) en la edición del 20/7/10 del diario “La Nación” generosa e indulgente hacia la figura y el momento que atraviesa Mauricio Macri, de quien con aspereza nos hemos ocupado en este espacio.

La columna es categórica desde el vamos: “Kirchner ha logrado el procesamiento de Mauricio Macri. Dentro de algunos años, cuando se recuerde este episodio de pormenores deleznables, se dirá que el ex presidente no despreció ningún arma personal, política, económica o judicial”. Sarlo, así, viene a refritar la cacareada propuesta de la omnipotencia del ex presidente, dueño de una voracidad política sin límites, ejercida sin piedad contra sus adversarios.

El juicio, por difundido, no merecería censura, en la medida que propone el sentimiento de un espectro importante de la sociedad, según parece o quiere hacerse parecer, en especial de ciertos referentes de la comunicación: ya confesó Mariano Grondona su “miedo” ante una eventual reelección de Kirchner en 2011; ya confió a los comensales que van a humillarse a su mesa de todos los mediodías una anciana arpía, mala actriz, entrevistadora imposible, que criticaba al gobierno de Cristina Fernández en lugares públicos entre bisbiseos, por temor a ser delatada.

Sin embargo, de una referente que se precia –y es apreciada- como una “intelectual”, uno espera algo más, que una columna que presenta al Jefe de Gobierno en problemas como una víctima doble de Kirchner y de su padre, Franco, ambos antipáticos ante la emergencia de quien los suceda en sus respectivos ámbitos, juicio con el cual cuesta disentir.

Al margen de ello, lo que me llamó la atención fue, por un lado, la desaprensión de Sarlo al pronunciamiento judicial que decidió confirmar el procesamiento por los graves delitos endilgados a Macri, y por el otro, presentarlo como un “hombre común”, ajeno al juego del poder, en mi mirada, con la aviesa intención de empatizar a los lectores de esa tribuna conservadora con la suerte del líder de pro.

Apenas me enteré de la boutade de Sarlo recordé a Soriano, a quien en vida, la flamante defensora del Jefe de Gobierno supo maltratar desde la cátedra de la Universidad de Buenos Aires, sometiendo a Soriano a un acto humillante en la Facultad de Filosofía y Letras.

La evocación del evento suscitó una áspera polémica en “Página/12”, en ocasión de cumplirse 10 años del fallecimiento del Gordo, cuando José Pablo Feinmann y Guillermo Saccomanno atendieron a la dama, quien concluyó la polémica alegando sentir “miedo” ante los embates de aquéllos.

Decía que a poco de confrontar sus argumentos con los hechos ventilados en el expediente penal en el que se lo investiga, como de apreciar las condignas reacciones del arco tan opositor a Macri como al abominado Néstor Kirchner, caen por su propio peso, limitándose a expresar una adhesión aunque decidida, desesperada y tardía.

Por capricho de la asociación, no puedo dejar de relacionar a Sarlo con Soriano, en especial con su logradísima: “Una sombra ya pronto serás” y hallar en estos días a la columnista del diario “La Nación” como “la última macrista”.

3 comentarios:

  1. Excelente lo suyo Galvan. Marita

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  2. Galvan, me encantan sus conceptos sobre la Señora Mirtha, a la que odio profundamente como ya sabe.
    Saludos!

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  3. Mi cariño a mi siempre presente Marita.

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