jueves, 4 de octubre de 2012

Elogio de Moreau.

Tenía unos diez cuando me hice a la vida pública, puedo escribir para despuntar esta entrada con cierta magnificencia, pero fue así nomás, cuando corría el '83 y mi mundo dejó de circunscribirse a un puñado de manzanas, a los pibes de la cuadra, los compañeritos del colegio, la familia y, desde luego, River Plate.

Me había despabilado un poco un año atrás la guerra de las Malvinas, cuando la idea de Patria se hizo presente con toda la visceralidad de una locura criminal de esa índole: calles y casas embanderadas, marchas en los recreos, simulacros de bombardeos y todos, pibes y pibas, padres, parientes, vecinos, en vilo.

Pero decía y reafirmo, que fueron los meses de finales del '82 e inicios del '83 los que me involucraron de lleno (con los límites de la edad) en algo que podría definirse como la Patria, o el País, que se jugaba su destino en las elecciones que dejarían atrás la experiencia de uniformados como ese general de voz aguardentosa que hablaba tupido por la tele en los meses de la guerra y a esos personajes sombríos que lo sucedieron.

Como veía por los ojos de mis padres, todo era Alfonsín para mí en ese tiempo; traducido en mí como un héroe o mejor (en sintonía con lo que predicaría de si ese gallego lindo a poco de morir) una buena persona.

Digamos que Alfonsín, para mí, más allá del atractivo de una campaña cautivante, de sus discursos, de su estampa de candidato, era un buen tipo; los malos: Luder, Bittel y la bestia negra  de esa elección, el candidato a gobernador de Buenos Aires, Herminio Iglesias.

Recuerdo en esos meses (el introito se hizo largo) una pintada en color violeta, en un paredón cercano a la biciletería Caffetaro de la calle Don Bosco que decía: "Moro Intendente". No sabía quien era, supe después que no llegaría a candidato a la Intendencia de San Isidro, por haber perdido las internas con el Cholo Posse, que lo sería por muchos años y legaría a los sanisidrenses a un hijo como presente griego.

Sí supe de Moro en los años que vendrían, en especial a partir de 1985 cuando (ya sumergido en la política) asistí (y festejé mucho) su triunfo como candidato a diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires, jornada del 3 de noviembre de 1985, una de las más felices de la centenaria historia de la UCR.

Más grande supe bien quien era Leopoldo Moreau, con quien tuve algún desencuentro, de hecho cuando tuvo el coraje de postularse, post colapso de 2001 con la lista 3 para la Presidencia de la Nación en abril de 2003, voté por Kirchner, en prevención a un triunfo menemista que veía poco menos que como una tragedia insalvable.

Aunque valoré su gesto, el de sostener en el peor momento, las banderas que siempre sostuvo.

Porque Moreau vino siendo desde siempre un tipo que se jugó por lo que pensaba que estaba bien, para decirlo en pocas palabras. Lo hizo convencido de que así debía hacerlo. Como Alfonsín, digamos.

Que entendía al radicalismo como una herramienta para combatir a las injusticias de un país injusto, el que la última dictadura le legó a aquella democracia que nacía cuando quien escribe nacía a la vida política.

Dictadura a la que Leopoldo combatió, como lo había hecho con la anterior, por menos feroz, no menos destetable, como da cuenta el trabajo "La otra juventud" de Oscar Muiño, relato de las peripecias, épicas y temeridades de tantos radicales jóvenes (y no tanto) que no aceptaban el maridaje que Ricardo Balbín (dígase con todas la letras, porque así fue) proponía celebrar con los desaparecedores del terrorismo de Estado.

Que habría de enfrentar otro dilema, no menos cruel, cuando desde su banca en el Senado en tiempos de De la Rúa (cuando ciertos progresistas, concedamos que por estupidez, creían que Cavallo era la solución para TODO) se opuso al ajuste como lógica y arriesgó (para escándalo de tantos y tantas) que una salida a la crisis terminal que se evidenciaba por todos los costados a fines de 2001 podía surgir de recuperar los fondos cautivos de los (poquísimos) trabajadores argentinos en la especulación abyecta de las AFJP.

Tuvo que ser un gobierno de signo político distinto al de aquel Senador el que llevara a la práctica políticas como las que proponía en los años del derrumbe y por eso, sin ocultar diferencias y discrepancias, Leopoldo supo rescatar esas medidas y proponer una postura de sensata y honesta oposición a ese esquema, que no cayera en un anti.kirchnerismo bobo, propio de los herederos del bobo que conducía (¿?) el país en esos meses aciagos.

Que por ello, concita el apoyo radical de quien encuentra mucho más radicalismo en las políticas de Cristina, como tanto antirradicalismo en las tiendas de Sanz, Aguad & Cía.

Y en esta nueva coyuntura que nos presenta un desafío de implicancias de alcance desconocido (por lo bueno o por lo malo, según decida el Pueblo) una vez más, Leopoldo Moreau está en el sitio correcto.

Según quiere leer este radical que al oírlo, justifica que todavía en los anaqueles de las fichas de afiliados del Comité Nacional de la UCR, haya una con sus datos personales y su firma.

Y que como dice María Cecilia Mendoza, a quien dedico estos disparates, "cada día canta mejor".

2 comentarios:

  1. Lamentablemente Leopoldo Moreau y demás radicales q insisten con evitar q definitivamente se imponga una agenda de derecha reaccionaria en la UCR, no tienen margen de maniobra, ya no queda tierra fértil para otra agenda q no sea la del 55 dentro d el partido radical, están al horno. Muy bueno su blog, lo sumo a mi blogroll, son pocos en la blogosfera ls radicales, je. Saludos Cordiales.

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    1. Florencio.

      Le agradezco mucho su conceptuoso mensaje y desde ya, no podría ser mejor recibido.

      Bueno es que se considere a este espacio austero como integrante de la "blogósfera radical", desde que lo es, a despecho de muchas opiniones que lo fincaron en el terreno "K".

      Cierto es que se sostienen muchas de las propuestas de ese espacio político, desde mi orfandad radical, por así definirla, que viene a mitigarse con dirigentes como Leopoldo Moreau.

      Le dejo un gran abrazo.

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