sábado, 24 de agosto de 2013

Manzione (Primera Parte)

Por segunda vez, me decido a retomar un espacio abandonado por ocupaciones que me han tenido demasiado absorbido últimamente, atormentado por estos días.

Lo importante tal vez, en una nueva reinauguración de este espacio de intimidades chiquitas es la necesidad de dar cuenta de lo que uno va pensando, en las cosas en las que va creyendo por el tiempo que le toca vivir. Como para dar cuenta de ello ante la gente que uno quiere.

Uno es lo que hace, uno debe ser lo que piensa de sí.

Las decisiones que uno toma suponen un riesgo, tan o más trascendente que las consecuencias de no tomar decisión alguna, de (creer) que se evita el riesgo de decidir. Y si en algo se arriesga es cuando se asume una postura política, cuestión transcendente de las cosas de uno, que lo define a uno ante el resto. Y en particular, ante uno mismo.

Desde que se me ocurrió (en verdad se le ocurrió al amigo Viña) dedicarme a dejar caer reflexiones en este espacio, la política fue el común denominador  de cada una de las entradas escritas. Vamos a seguir pulsando la misma cuerda, aunque sin atender a la agenda que día a día nos agobia la lucha cuerpo a cuerpo de una guerra que viene prologándose demasiado. No por temor a asumir una postura (que es clarísima, por otro lado) sino por hartazgo.

Homero Nicolás Manzione Prestera fue un hombre que vivió casi toda la mitad del siglo pasado, tiempo agitado, si lo hubo. Tiempo durante el cual se dirimieron unas de las tantas batallas que hoy se reeditan, reedición que tiene sorprendidos a quienes se pensaban vencedores definitivos, como también a aquellos que entendieron que su derrota era igualmente inalterable.

No era joda la política de los años '20, '30 y '40: la militancia en oposición a uno de los gobiernos de ese tiempo (sea de facto o de fachada institucional) suponía, casi siempre, cárcel. Y a veces, incluso, torturas, vejámenes de todo tipo; que alcanzarían su punto culminante en los años '70, atrocidades que fueron cocinándose cuando Homero militaba en la dura política de los años de la Década Infame.

Manzione, más conocido como Manzi, fue ante todo un poeta. Un artista sensible por demás, siempre comprometido con lo que pensaba estaba bien, en lo que era correcto. Compromiso que supo costarle demasiado en una época y obtuvo cierta recompensa con el reconocimiento popular pocos años más tarde, a quien quizás le esperaban escarnios aún mayores si no hubiese tenido el tino de fallecer en mayo de 1951: no es absurdo arriesgar que de haber sobrevivido a septiembre de 1955, Manzi la habría pasado muy mal.

Porque Manzi, fue uno de los intelectuales que defendió con más rigor, eficacia y convicción al gobierno de Juan Perón, a partir de 1947 (cuestión sobre la que se volverá), desde su origen radical que jamás renegó ni dejó de reivindicar, aunque convencido de que su radicalismo era encarnado por ese general que otros radicales abominaban.

Digamos entonces, para escribir lo obvio, aludiendo a tanta pregunta obvia que uno recibe desde mayo de 2003 a esta parte, que el peronismo vino a poner todo patas para arriba, también en tiepos de su surgimiento. Como a finales de siglo XIX lo había hecho el movimiento integrado (entre tantos otros) por el entonces joven Hipólito Yrigoyen; movimientos los dos, que a su turno, reunieron y concitaron apoyos, incluso, opuestos entre sí, pero que -quizás mediante el cálculo, ora por la convicción- entendieron que eran cada uno, en ese tiempo el vehículo de los ideales preexistentes a esos movimientos, que les daban sentido histórico.

No es lo mismo ser radical hoy, a mediados de las segunda década del siglo XXI, que haberlo sido en 1893, en 1920, en 1955, en 1973 o en 1983, para seguir escribiendo obviedades. O en 1946, cuando muchos (muchísimos) radicales entendieron que el radicalismo pasaba por Perón y su gobierno, tal vez porque contaba con los mismos enemigos que el finado Yrigoyen.

Fueron muchos, dijimos, entre ellos Manzione, de quien escribiremos bastante en este espacio, Armando Antille (defensor de Hipólito Yrigoyen ante los juicios penales que se le iniciaron a partir de su derrocamiento en septiembre de 1930), Diego Luis Molinari, Jorge Farías Gómez, Juan Ignacio Cooke  (y su hijo John William), Arturo Jauretche y por supuesto, Hortensio Quijano.

Vamos a escribir sobre Manzione, sobre cuyo apellido no en vano machaco tanto, en la medida que creo que, aunque como escribí pudo eludir la revancha de los enemigos del Perón y del peronismo en septiembre de 1955 por haber tenido la astucia de morir cuatro años antes, su biografía fue sometida a una suerte de censura sutil: aunque indispensable como poeta (ámbito en el cual firmaba como Manzi) esa trascendencia hizo que se instalara en la memoria colectiva con exclusividad esa faceta suya, la cual es inescindible de su militancia política, cariz sobre el que muy poco se ha difundido de él, tal el matiz que destacamos.

No es casual, que a su amigo y compañero, Arturo Jauretche, le confesara que en un momento de su vida se enfrentó ante un dilema: "ser hombre de letras o escribir letras para los hombres" y en esa opción definió y reafirmó su ética, su ideología: pudo haber puesto su pluma en venta, hubieron pocas como las de Manzione. Sin embargo eligió el riesgo y asumió la libertad, de escribir sin los condicionamientos de aquellos que hubieran pagado muchísimo por ella.

De allí nuestra admiración hacia Manzione, sobre quien seguiremos escribiendo.


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