martes, 16 de febrero de 2010

Deben ser los gorilas, deben ser (sexta parte).


“En algunos momentos uno llegó a decir que la palabra que más usó, que más implementó en su vida, aparte de la de ‘mamá’, era ‘Perón’.
Es decir que, de una manera u otra, debemos asumir con esta perspectiva de años, nada menos que medio siglo, somos peronistas o no queremos serlo.
Pero que esa presencia, no tanto la cosa multitudinaria, no hablo de la masa peronista, sino de la figura de Perón; hablamos de la figura de Perón y probablemente nos encarnicemos, y esto dicho muy en primera persona, en la figura del teniente general Juan Domingo Perón, así como no nos encarnizamos de ninguna manera, no me encarnizo, en los sectores populares del peronismo, desde ya que no.
Ni vos ni yo podemos ser caracterizados de gorilas, sino de contreras, que es otra categoría.”

David Viñas, autor de la cita que transcribo extraída de un diálogo que sostuvo con Héctor Olivera a propósito de una edición en DVD de la película “El Jefe”, filmada sobre un cuento de su autoría, sintetiza de manera efectiva ciertas ideas que barrunto a medida que me interno en los entresijos del pensamiento del antiperonismo cultural, como he dado en llamarlo, o dicho con más propiedad, del “gorilismo”.

La razón de esta entrada hace pie en observaciones que queridos amigos me han hecho llegar con motivo de las intuiciones que he dejado caer al repasar las notas inquietantes que plasmó Bioy Casares en sus papeles íntimos y que configuran a mi modo de ver, sino un corpus ideológico, una declaración de principios de un sector eminente de la sociedad civil de mediados del siglo XX –con raigambre en una prédica sostenida y constante a lo largo de la centuria precedente- que si no ha servido de fundamento, ha servido de aliento para las experiencias violentamente excluyentes puestas en práctica durante aquella etapa histórica.

Los denominadores comunes que, sin esfuerzo, se desprenden de las opiniones consignadas en esos diarios con las ideas, y su consecuente exteriorización, encarnadas la etapa más sangrienta de nuestra historia reciente, dan pábulo a la hipótesis que trabajo que –con la ausencia de rigor que un ámbito como éste dispensa- en algún momento procuraré darle forma.

Demás está decirlo, pero de las impresiones de algunos muy queridos amigos infiero no haber sido claro en este punto, por lo que reitero que la crítica ácida, concluyente, categórica que tributo a esta corriente cultural no supone como contrapartida el rescate sin más a su anatema más visible (el peronismo) o de otras parejamente impugnadas por los amigos glosados y por quienes encarnarían esa propuesta desde 1955.
Se trata, simplemente, de advertir acerca de los orígenes de una tradición cultural cuya vigencia no creo que pueda ser válidamente desmentida y por añadidura de los riesgos que tal corriente acarrea, independientemente de su eficacia en la propuesta de oposición y alternativa al proyecto gobernante.

Porque, como dijo David Viñas (intelectual ineludible desde su honestidad y lucidez) una cosa es ser “contrera” o “no peronista” y otra es ser “gorila”, precisamente porque esa categoría supone no sólo el rechazo a la figura de Perón, sino de las masas populares que con fundamento lo acompañaron.

Desde luego, y como lo esbocé el “gorila” no desprecia solamente a la “masa popular peronista”, sino que deparará igual desdén hacia toda masa popular, sin desmedro del partido o movimiento al cual adscriba según la época.

Sin perjuicio de ello, y no obstante carezca de importancia, anoto que lo que se propone se completará cuando se evalúe en este ámbito al peronismo, no sólo porque contribuirá a esclarecer determinadas cuestiones que se esbozan, sino porque como es sabido, al tango se lo baila de a dos.

Sin pretensiones, tributo estos delirios a mi querido amigo Pato.

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