sábado, 7 de septiembre de 2013

Proclama uriburista.

 Gracias al poeta Francisco García Jiménez (autor de letras de tangos inolvidables) sabemos que a principios de siglo XX, los festejos de Carnaval concitaban la participación de miles y millones, desde su significante festivo, que invitaba a dar rienda suelta al pecado, antes de la inauguración de la piadosa cuaresma siguiente. 

Me gustan los tangos de García Jiménez y de Anselmo Aieta: Suerte loca, Entre sueños, Mariposita, Barrio pobre, Alma en pena y los de temática carnavalera: Siga el corso y, precisamente, Carnaval (Sos vos pebeta, sos vos ¿cómo te va? ¡Estás de baile! ¿Con quién? ¡Con un bacán! ¡Tan bien vestida! ¡Das el golpe! Te lo digo de verdad. Habré cambiado que ya ni me mirás y sin decirme ni adiós, ya vas a entrar. No te apresurés, mientras paga el auto tu bacán yo te diré...").

Sin embargo, el escriba de este espacio de pensamientos íntimos, que quiere (y mucho) a Yrigoyen nunca le tendrá aprecio a esos autores. Porque perpetraron un tango obsceno, obsecuente y condigno con el ánimo de quienes concibieron esa obra miserable, el horrible "Viva la Patria", compuesto para celebrar el golpe que dirigió el sujeto quien, a guisa de nuestra introducción, no integraba ninguna comparsa de Carnaval cuando se tomó la foto de la entrada, sino que se ataviaba de ese modo para ejercer como dictador de la Nación entre 1930 y 1932, meses de aberrante infamia (valga la redundancia).

No aprecio a García Jiménez y a Aieta, acabo de escribir. Porque no se puede apreciar a quienes firmaron ese tango (por así llamarlo) cuyo estribillo celebraba: "Viva la Patria y la gloria de ser libres! ¡Viva la Patria que quisieron mancillar! Orgulloso de ser argentino al trazar nuestros nuevos destinos. ¡Viva la Patria, de rodillas en su altar!"

Qué porquería: de rodillas estaban Aieta y García Jiménez ante el altar de Uriburu y su camarilla. O locos o compelidos a firmar esa bazofia que le cantaba a la Patria y a la libertad cuando el fantoche de la foto del inicio de esta entrada se obstinaba en destrozar ambas: la Patria y la libertad.

Porque, siempre es útil recordarles a los radicales como el que escribe, que a Yrigoyen se lo derrocó porque se lo consideraba un dictador. Y como dijimos en la última entrada, a la dictadura que sucedió a su segundo gobierno se lo denominó "Revolución Libertadora". 

Dictadura avalada por la "Acordada del 10 de septiembre de 1930" de la Corte Suprema de Justicia presidida por José Figueroa Alcorta, con la firma del Procurador General Horacio Rodríguez Larreta (dato que anotamos para joder, nomás) que estableció (entre otras ilegalidades) que: "el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país es pues, un gobierno de facto, cuyo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas en cuanto ejercita la función administrativa y política derivada de su posesión de la fuerza como resorte de orden y de seguridad social". Ergo, las exigencias constitucionales para la elección y destitución de sus autoridades, la vigencia del sistema de división de poderes, etc., podían ser obviadas: quien tuviera la fuerza para hacerlo, tenía aptitud constitucional para ejercer el gobierno del país, al margen de lo dispuesto por la Constitución Nacional, con la salvedad de que debería ser considerada esa experiencia como gobierno de facto. 

Ese cinismo, que quizás respondió a la complacencia de los miembros de esa Corte Suprema para conservar sus cargos, justificó muchísimas otras atrocidades que se sucederían en el futuro mediato. 

Esa acordada, el tango de Aieta y García Jiménez (qué más da) evocaban la proclama del dictador pronunciada el día del derrocamiento de Yrigoyen, ante una Plaza de Mayo colmada de energúmenos, muchos de los cuales habían destrozado la casa del Presidente depuesto en la calle Brasil 1039, en el aristocrático barrio de Constitución, domicilio ornado con lujo asiático, en especial su dormitorio como se aprecia de la fotografía que sigue.



Al pronunciar su proclama (que dirige al pueblo de la Capital) el dictador diagnosticó el "desquiciamiento que ha sufrido el país en los últimos años", presentándose como salvadores de la Patria: "hemos aguardado serenamente con la esperanza de una reacción salvadora, pero ante la angustiosa realidad que presenta al país al borde del caos y de la ruina, asumimos ante él la responsabilidad de evitar su derrumbe definitivo". Describe al gobierno democrático que derrocaba, caracterizándolo a partir de: "la inercia y la corrupción administrativa, la ausencia de justicia, la anarquía universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica y financiera, el favoritismo deprimente como sistema burocrático, la politiquería como tarea primordial del gobierno (...) el descrédito internacional logrado por las actitudes y las expresiones reveladoras de una incultura agresiva (...) el fraude, el atropello, el latrocinio y el crimen, sin apenas un pálido reflejo de lo que ha tenido que soportar el país. Al apelar a la fuerza para libertar a la nación de este régimen ominoso, lo hacemos inspirados en un alto y generoso ideal. Los hechos, por otra parte, demostrarán que no nos guía otro propósito que el bien de la Nación".

Nos quedamos por un momento con una frase deslizada por el dictador: "el descrédito internacional logrado por las actitudes y las expresiones reveladoras de una incultura agresiva", que alude a una frase que le estampó Yrigoyen al presidente norteamericano Hoover al establecerse la primera comunicación telefónica entre la Argentina los Estados Unidos. Sin decirle agua va, Yrigoyen le hizo saber a su colega que: "los hombres deben ser sagrados para los hombres, como los pueblos deben ser sagrados para los pueblos", alusión crítica a la intervención norteamericana en Nicaragua. Buen entendedor, Hoover asimiló la estocada, haciendo saber con posterioridad su descontento con la frase, para escándalo de La Nación.

Más adelante presenta a su gabinete integrado por "eminentes ciudadanos" (entre ellos, Adolfo Bioy, padre del otrora amigo del entonces joven partidario de Yrigoyen, Jorge Borges), anticipar que "no nos mueve ningún interés político, no hemos contraído compromisos con partidos o tendencias", por lo cual se declaraba colocado: "en un plano superior y por encima de toda finalidad subalterna y dispuestos a trabajar con todos los hombres de buena voluntad que aspiren al engrandecimiento de la Patria", a la vez de amenazar a quienes habían posibilitado la experiencia superada, aquellos que: "se han dejado tentar con promesas de dádivas personales (que ha sido la forma de corromper las conciencias para obtener sanciones plebiscitarias) es definitivo. Aludía el ególatra a la reelección de Yrigoyen en abril de 1928, calificada por sus partidarios, por su magnitud y contundencia como un plebiscito. 



Culminó su mensaje expresando la aspiración de que la dictadura que se iniciaba pudiera: "devolver la tranquilidad a la sociedad argentina, hondamente perturbada por la política de odios, favoritismos y exclusiones, fomentada tenazmente por el régimen depuesto, de modo que en las próximas contiendas electorales predomine el elevado espíritu de concordia y de respeto por las ideas del adversario que son tradicionales a la cultura y a la hidalguía argentina", anticipando (luego de agradecimientos a la prensa seria que había apoyado el golpe de Estado) "la indispensable disolución del actual Parlamento obedece a razones demasiado notorias para que sea necesario explicarlas. La acción de una mayoría sumisa y servil ha esterilizado la labor del Congreso y ha rebajado la dignidad de esa elevada representación pública. Las voces de la oposición que se han alzado en defensa de los principios del orden y de altivez de una y otra Cámara han sido impotentes para levantar la mayoría de su postración moral y para devolver al cuerpo de que formaban parte el decoro y el respeto definitivamente perdidos ante la opinión".

Nos quedan muchos interrogantes luego de repasar los conceptos del dictador flamante, por lo pronto: ¿era sincero Uriburu? ¿expresa intenciones en la que creía? Y aunque lo detestamos a Uriburu en este espacio diremos que sí, que creía que estaba haciendo bien las cosas, que era un servicio a la Patria el desalojo del demagogo Yrigoyen, el cierre del Congreso cuyos diputados (aunque fueran de su Partido) no se oponían a su gestión, incluso el disciplinamiento de quienes lo habían votado: esa mayoría que había vendido su voto a cambio de alguna ventaja, de cierta prebenda.

Creía en lo que decía: por eso los políticos radicales acabarían en las cárceles, los anarquistas y sindicalistas fusilados en virtud de la aplicación de la Ley Marcial impuesta por esa dictadura y otros disidentes sometidos a los rigores de la picana eléctrica, invento del entrañable Polo Lugones, hijo del no menos entrañable don Leopoldo, poeta de la Patria, cerebro de ese golpe de Estado (al punto que muchos sostienen que la proclama que reseñamos le corresponde parcialmente).

El problema, por así establecerlo, no son las convicciones de un lunático (que le haría el trabajo sucio a quienes adolecían de los valores sanmartinianos cacareados por Uriburu en esa proclama de pluma lugoniana) sino la contribución de hombres honrados y hasta democráticos, que acompañaron esa aventura. Porque más allá de nuestro yrigoyenismo debemos reconocer que en septiembre de 1930, el Caudillo no las tenía todas consigo, que quizás pudiera considerarse desde cierto sector la necesidad de reemplazar (a su turno electoral) al Presidente que no acertaba con sus medidas para contrarrestar a la mishiadura que azotaba a estas pampas y al mundo entero a partir del crack de Wall Street del año anterior.

Se equivocaron aquellos demócratas que creyeron que ese golpe traería algo distinto de la peste que inoculó, entre ellos Natalio Botana y Marcelo de Alvear, que escarmentaron su error en las mazmorras uriburistas.

No sea cosa que 83 años después algún Uriburu (solapado, por supuesto) convenza a algunos cuantos sobre la necesidad de terminar con un período democrático porque -tomando la proclama que repasamos- los que votan lo hacen a cambio de una dádiva, se ofende a los representantes de los Estados Unidos, los legisladores de ese espacio mayoritario votan los proyectos del gobierno que apoyan, se crea una grieta que termine con la concordia nacional o se chapotee en el fango de la corrupción.

Es de esperar que eso no suceda. 

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