miércoles, 11 de septiembre de 2013

Paraguay.

Paraguayo por mandato genético, argentino por sitio de nacimiento, sudamericano en suma, quien escribe anda muy contento con lo sucedido ayer, 10 de septiembre en Buenos Aires, oportunidad en la cual el presidente paraguayo Horacio Cartes realizó su primera salida del país como mandatario. El primer destino (por mandato histórico, queremos leer) que Cartes ha elegido fue, Buenos Aires.

Esperamos que esa visita, tan significativa desde lo que propuso el presidente paraguayo (y muy especialmente por la actitud de su anfitriona, la Presidenta argentina) remueva las diferencias políticas que nos anduvieron separando, desde el derrocamiento institucional del presidente Lugo hace dos años, en sintonía con lo decidido por todos los gobiernos democráticos de UNASUR.

Una de las razones por las cuales (entre tantas) la Presidencia de Cristina será (muy bien) recordada es en virtud de su política de redifinición del pasado histórico, cometido para nada irrelevante: nadie debiera desconocer la importancia que sigue teniendo la historia oficial instaurada por el inefable Bartolomé Mitre, legado sostenido por el diario guardaespaldas (en términos de nuestro siempre presente Homero Manzione) del quien -precisamente- fue General en Jefe de la guerra de aniquilamiento perpetrada contra el Paraguay a mediados del siglo XIX, a cargo de la alianza integrada por la Argentina de Mitre, el Brasil imperial de Pedro II  y el Uruguay del sicario mitrista Flores.

La Nación, tal el diario que ha dejado Mitre como guardaespaldas de su memoria, siempre que puede se irrita con la presidenta Fernández, entre otras razones, porque la Presidenta hace y cree en valores diamentralmente opuestos a los de Mitre y sus discípulos supérsites de ese diario y en especial, de la Academia Nacional de Historia: la instalación en la sede de la Casa de Gobierno de la Argentina de los retratos de Juan Manuel de Rosas, José Gervasio de Artigas, Francisco Solano López, Hipólito Yrigoyen, Eva y Juan Domingo Perón, Ernesto Guevara de la Serna y Salvador Allende, entre otros, traduce un poderoso significante ideológico acerca de quienes la Argentina del siglo XXI viene a rescatar como antecedentes para la reconstrucción de su identidad como pueblo, consustanciado con la suerte y esencia de la naciones de la región.

Nada más lejos de lo que quiso y supo consolidar en su tiempo Bartolomé Mitre.

Cuya memoria ha vuelto a ser (felizmente) mancillada el día de ayer, cuando la Presidenta actual volvió a renegar de su obra más funesta, entre tantas de las que ese personaje deleznable de nuestro siglo XIX perpetró: la anotada destrucción del Paraguay, con el consiguiente y ensañado aniquilamiento de su población.

No fue la primera en seguir esa senda de justa enmienda hacia quienes han sido victimarios de la Argentina, no obstante su perseverancia es bienvenida y auspicia una mejor y más completa integración con una nación central en la construcción del consolidado MERCOSUR, bloque regional que se ha resignificado en grado sumo a partir del sentido que le han sabido imprimirle Néstor Kirchner, Lula Da Silva y Hugo Chávez durante la década pasada.

Ese desagravio, nada tiene de formal. Es sustancia.

Paradójicamente (o no), más allá del sesgo de los presidentes Lula y Rousseff, pude corroborar, en una visita a Río Janeiro, cuando visité el "Museo de Bellas Artes" carioca. El cuadro más importante es el que homenajea la "Batalla de Avaí", triunfo de la alianza contra el Paraguay, del 11 de diciembre de 1868, que marcaría el final de la guerra: pocos días después (5 de enero de 1869), las fuerzas aliadas ocuparían Asunción y la guerra se limitaría a la persecución de Francisco Solano López, en fuga hasta su heroica muerte, al año siguiente, en Cerro Corá.

Caída la fortaleza de Humaitá y relevado Mitre de la jefatura de las fuerzas de la Alianza (única carta de triunfo de Solano López) el ejército de ocupación al mando del imperial brasileño marqués de Caxias, dispone una batalla cuyos números son estremecedores: 5.593 hombres paraguayos, enfrentarían a 19.000 aliados, con consecuentes 3500 muertes de los defensores y 297 de los aliados.

Esa batalla se homenajea aún hoy en el Brasil que gobierna el progresista PT. La que sigue es una foto que parcialmente refleja al cuadro monumental que tomé en oportunidad de mi visita: 


Arriba, el escudo imperial, abajo, una leyenda que deja en claro que la batalla fue un triunfo brasileño sobre el Paraguay:

Enhorabuena que así lo sea. Junto a la batalla de la "Lomas Valentinas", en la cual las tropas de ocupación masacraría a una tropa de mujeres, ancianos, inválidos y niños de entre 7 y 14 años ataviados con los uniformes de los mayores que pelaban a falta de aquéllos que ya habían sido puntualmente aniquilados, Avaí es una de las páginas más horrendas de la historia sudamericana.

En "Recuerdos de la Guerra del Paraguay", el honrado militar argentino José Ignacio Garmendia, recuerda con espanto lo ocurrido en esa batalla despiadada: "Aterrados y anonadados, ya sin escape, se agrupan entre sí los paraguayos; los más bravos venden cara su vida, otros mueren sin sentirlo, los niños lanzan las armas y se arrojan a los pies de los soldados brasileros, se arrastran, oprimen sus rodillas pidiendo compasión. La piedad no da oídos en aquella expansión de odios sin resistencia, los que no mueren por el brazo airado de nuestros aliados, son pisoteados por sus caballos y presentan una masa repugnante, parecían ultimados por las garras de un tigre... Casi todos perecieron, 3500 cadáveres, enlodados en pantanos color a sangre yacían amontonados en distintos grupos. Mezcladas allí estaban todas sus edades como si atestiguase aquel acto inhumano la destrucción de un pueblo".    

El cuadro es magnificente, impactante, como repugnante su memoria. Como se destaca en el guión del notable documental que el año pasado emitió la señal "Encuentro", "Guerra Guazú", la pintura a cargo del artista a sueldo del emperador, Pedro Américo, no ha sido bosquejada en el terreno de batalla, tal el caso de las obras de Cándido López, testimonio argentino de la masacre. Apela a la épica de la guerra y su autor no descuida detalle alguno.

Uno de los más impactantes, en mi mirada, ha sido la del artillero paraguayo que aparece en el margen derecho inferior del trabajo. Se lo ve caricturesco, con un rostro definido con notas ostensiblemente opuestas a los de la oficialidad aliada, su mirada parece extraviada y, como para que no queden dudas de su falta total de linaje o corrección marcial, aparece con el torso desnudo, distinguido apenas con un quepis mal acomodado, correa y un taparrabos indecoroso, como uniforme.


 Mensaje esencial de una obra que plasmaba (como esa guerra insensata) la superioridad de la civilización europea, cuyos valores encarnaban Pedro II y Bartolomé Mitre, articulados para aplastar (literalmente, como ha escrito Garmendia) la barbarie paraguaya.

Al gusto de Domingo Sarmiento quien, hace exactamente 125 años, moriría en la devastada Asunción de 1888, cuya destrucción había contribuido a consolidar desde la Presidencia argentina en los estertores de esa guerra vergonzante que su país había librado en alianza funesta.

País, cuya Presidenta actual propone reconstruirlo desde la integración con aquellos que durante el siglo XIX pretendieron ser exterminados. Que por eso, y por tantas otras cosas más, tanto la queremos en este espacio y la acompañaremos hasta el último minuto de la última hora de su segundo mandato.

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