jueves, 29 de agosto de 2013

Abogado Alberdi

"El crimen de la guerra. Esta palabra nos sorprende, sólo en fuerza del grande hábito que  tenemos de esta otra, que es la realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la  guerra, es decir, el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la  más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la  guerra. Estos actos son crímenes por las leyes de todas las naciones del mundo. La guerra los  sanciona y convierte en actos honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el  derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización. Esto se explica por la historia. El derecho de gentes que practicamos es romano de origen como nuestra raza y nuestra civilización."



Juan Bautista Alberdi es el autor de las líneas que se han transcripto, puntapié de "El Crimen de la Guerra", su trabajo más importante, cuyas primeras líneas hemos transcrito escrito como defensa del Paraguay contra la conjura del Brasil de Pedro II y de la Argentina de Mitre, yunta que despedazaría al pago de Solano López.

Más allá del coraje que tuvo Alberdi al oponerse al poder de quienes afrentaban a la Provincias (a sus pueblos y caudillos) tras la defección de Urquiza en la batalla de Pavón, orondos en un poder omnímodo y brutal, es admirable el sentido ético de su prosa, anticipándose, previendo quizás el horror que le depararía la guerra a los seres humanos del siglo siguiente.

Le costó caro ese libro a Alberdi: moriría en absoluta soledad, lejos del país un 19 de junio de 1884, exiliado por el odio de Bartolomé Mitre quien, en un acto propio de José Stalin, impidió que el nombre del tucumano fuese publicado en las letras moldes del diario que dejó como guardaespaldas, al decir de nuestro siempre presente Homero Manzi. Interdicción que se levantaría, recién en 1970. 

En su homenaje, todos los 29 de agosto se celebra el día del abogado, contradiciendo la habitual necrofilia nacional, en este caso se privilegia la fecha de nacimiento del homenajeado.

Privilegio a su vez, de quien escribe, que por esos caprichos de la vocación es abogado. 

domingo, 25 de agosto de 2013

Manzione (Segunda Parte)

El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba YRIGOYEN
algún piano mandaba tangos de Saborido.


Jorge Luis Borges: 
Fundación mítica de Buenos Aires en "Cuaderno San Martín" (1929).
Cerramos la entrada anterior, con la definición que Manzione había hecho de sí a su gran amigo, Arturo Jauretche, cuando dijo que ante la disyuntiva de ser "hombre de letras o escribir letras para los hombres", eligió lo segundo.

"Manzi nació poeta. Fue poeta y de los buenos, desde la infancia, mucho antes de que García Lorca fuera conocido: el mismo género de lirismo y la misma calidad campeaba en los versos de aquel muchacho de barrio. Estaba Manzi en la conscripción cuando me dijo un día: 'Tengo por delante dos caminos: hacerme hombre de letras o hacer letras para los hombres'. Y así fue como sacrificó la gloria, para dar su talento a una labor humilde, convertido en letrista de canciones. Cumplió esa tarea lo mismo que Discépolo, asumiendo el deber de jerarquizar el arte de su pueblo. Y esto lo hizo conscientemente, sacrificadamente, arrojando por la ventana la gloria que deslumbra a los que buscan la consagración literaria" (Arturo Jauretche en "Los Profetas del Odio y la Yapa").
   
Valía la pena transcribir el texto jauretcheano, contundente como toda su escritura, redactada a los hachazos, en especial porque queremos subrayar la trascendencia de la elección vital de Manzione en tiempos de su colimba: su renuncia a la comodidad (aunque superflua) de un devenir holgado, consagrando su obra hacia los menos favorecidos, sacrificada al "crédulo amor de los arrabales", según la definición de un escritor que, antes de haber escrito un cuento cruel en el que dejaría caer esa definición obscena, hasta mediados de la década del '30 había cultivado una relación íntima con Manzione hecha de coincidencias ideológicas.

Siempre que pienso o (como ahora) escribo sobre Manzione no puedo dejar de pensar en Jorge Borges obsesión mía que comparto con tantos que no dejamos de sorprendernos por el derrotero de aquel joven que al igual que Homero, cultivaba la adhesión por Yrigoyen en sus años jóvenes y acabaría como referente de los sectores más antipopulares, reaccionarios y retardatarios de la Argentina de mediados del siglo XX.

En un libro de reciente edición: "Borges. Un intelectual en el laberinto semicolonial", Norberto Galasso analiza la transición de Jorge Luis Borges en Georgie, aquel que sería (y sigue siendo) el ícono cultural por excelencia de aquello que Jauretche (una vez más volvemos sobre él) definió como la intelligentsia nacional, ámbito de reclutamiento de lo que denominaba el medio pelo argentino. Cierto es que Borges (aún aquel que supo decir y escribir las obscenidades que repasamos en entregas anteriores) es muchísimo más que el epítome reaccionario que en efecto es, y que ha sabido, merced a su talento (que sería estúpido negar) construirse como un escritor universal, tan universal, como desdeñoso de su tiempo y de su Patria, refugiado en abstracciones que lo extraviaron de aquel joven de veintitantos años que sentía (y traducía) de un modo tan intenso las realidades cotidianas de sus semejantes.

En su trabajo, Galasso, da cuenta de ese derrotero doloroso, que tuvo un recorrido mejor, el que más nos gusta a quienes pensamos tan distinto del Borges final. El de sus primeros libros: de "Fervor de Buenos Aires" (1923) a "Discusión" (1932), trabajos que el Borges viejo abominó: a "Discusión" le censuró el notable ensayo Nuestras imposibilidades, por considerarlo débil (según la nota al pie de la edición de 1957 que atestigua el tijeretazo); a "El tamaño de mi esperanza" (1926) directamente lo negó. En rigor, el Borges radical de sus años mozos muere luego de prologar el poema de Jauretche: "El Paso de los Libres" de 1934, cuando supo apoyar el insurreccional de 1933 contra el gobierno fraudulento de Agustín Justo, participación coherente con su militancia radical que lo había hecho, pocos años antes, presidente del "Comité de Intelectuales Yrigoyenistas" con sede su domicilio, el de la calle Quintana 222.

Campaña que atestigua en las notas que dejó al escribir su relato sobre el cementerio de la Chacarita en "Cuaderno San Martín" de 1929: "La víspera de las elecciones presidenciales (de 1928) salimos a sentir Buenos Aires el poeta Osvaldo Horacio Dondo. Íbamos por el costado de la Chacarita, por Jorge Newbery bordeando la erizada pares. La pulsación de una guitarra que no veíamos nos fué (sic) llamando. La seguimos, nos llevó a un subcomité con luz densa de espaldas a los mirones la puerta. Un ¿Gustan pasar, caballeros? de cortesía suburbana o electoral nos convidó. Adentro, bajo la evidente efigie de El Hombre, buena parte del orilleraje de San Bernardo estaba en posesión de la noche. De mano en mano iban la resabida guitarra y la caña dulce, en repartición de amistad. Le llegó la guitarra a un mozo enlutado, oscuro el achinado rostro sobre el pañuelo dominguero de seda, requintado con precisión de chambergo. Conversó o cantó la seria milonga de la que he asumido unos versos (...). Oímos además alguna milonga de seguridad partidaria y de vuelo aunque humildísimo servicial: 'Radicales los que me oyen/ del auditorio presente/ el futuro presidente será el dotor Irigoyen'".

El estilo de ese Borges, su temática, explicaba su yrigoyenismo que no era más que la expresión de su ideología, entendida como noción integral del mundo y de sí: adhería a Yrigoyen porque era popular, incluso populista. Muy lejos de quien según Adolfo Bioy Casares abominaba a los radicales por considerarlos "nuestros negros honoris causa" (ver: "Deben ser los gorilas, deben ser" -cuarta parte- http://encuentrotresdejulio.blogspot.com.ar/2010/02/debes-ser-los-gorilas-deben-ser-cuarta.html"), autor de textos abominables (y de otros notables, por supuesto) como: "La fiesta del monstruo" (en coautoría con Bioy) y "El simulacro", hechos de un odio torpe.


Y de una elegía a Domingo Sarmiento de 1961, cuando lo presentó como: "La luz de Mayo y el horror de Rosas. Y el otro horror y los secretos días del minucioso porvenir. Es alguien que sigue odiando, amando y combatiendo. Sé que en aquellas albas de setiembre (de 1955, por supuesto) que nadie olvidará y que nadie puede contar los hemos sentido. Su obstinado amor quiere salvarnos. Noche y día. Camina entre los hombres que le pagan (porque no ha muerto) su jornal de injurias. O de veneraciones", rectificación de las convicciones de su juventud. Las que sostuvo al redactar el prólogo al comentado "El tamaño de mi esperanza" del '26, dirigiéndose: "a los criollos (...) a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir no a los que creen que el sol y la luna están en Europa", a caballo de barbarismos coloridos ("ciudá", "necesidá", "incredulidá"). Leemos otra semblanza del sanjuanino que Borges habría de sentir en aquellas albas de setiembre, como la de un "norteamerizanizado indio bravo, gran odiador y desentendedor de lo criollo (que) nos europeizó con su fe de hombre recién venido a la cultura y que espera milagros de ella", contraponiéndolo a Rosas: "nuestro mayor varón", cuyo sucesor sería quien: "entre los hombres que andan por mi Buenos Aires hay uno solo que está privilegiado por la leyenda y que va en ella como en un coche cerrado; ese hombre es Irigoyen".

En síntesis, dejamos claro (cuestión sobre la que se ha escrito y mucho, pero que consideramos oportuno recrear en este espacio y en esta ocasión) que Jorge Luis Borges cambió severamente su modo pensar, a punto de ser él mismo un contradictor de lo que opinaba cuando joven. No merecería censura de nuestra parte si no viviésemos esa mutación como una pérdida, la de quien supo cultivar (y traducir con sencillez e inteligencia) valores compartidos con sus contemporáneos, regresión que atacamos sustancialmente, porque a partir de ese cambio supo constituirse en un baluarte, en  un referente de aquellos que combatían la política del líder que con tanta devoción juvenil había acompañado hasta 1935.

Año en el cual Jauretche y Manzione se reunieron en un café de Corrientes y Talcahuano a garabatear nombres para la conformación de lo que luego sería F.O.R.J.A., sobre la que se volverá (y mucho) en las entregas por venir.  Y el nombre que encabezó la nómina fue el de Jorge Luis Borges.

Y el postulado, en tren de convertirse en hombre de letras, rechazó la invitación.

NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

sábado, 24 de agosto de 2013

Manzione (Primera Parte)

Por segunda vez, me decido a retomar un espacio abandonado por ocupaciones que me han tenido demasiado absorbido últimamente, atormentado por estos días.

Lo importante tal vez, en una nueva reinauguración de este espacio de intimidades chiquitas es la necesidad de dar cuenta de lo que uno va pensando, en las cosas en las que va creyendo por el tiempo que le toca vivir. Como para dar cuenta de ello ante la gente que uno quiere.

Uno es lo que hace, uno debe ser lo que piensa de sí.

Las decisiones que uno toma suponen un riesgo, tan o más trascendente que las consecuencias de no tomar decisión alguna, de (creer) que se evita el riesgo de decidir. Y si en algo se arriesga es cuando se asume una postura política, cuestión transcendente de las cosas de uno, que lo define a uno ante el resto. Y en particular, ante uno mismo.

Desde que se me ocurrió (en verdad se le ocurrió al amigo Viña) dedicarme a dejar caer reflexiones en este espacio, la política fue el común denominador  de cada una de las entradas escritas. Vamos a seguir pulsando la misma cuerda, aunque sin atender a la agenda que día a día nos agobia la lucha cuerpo a cuerpo de una guerra que viene prologándose demasiado. No por temor a asumir una postura (que es clarísima, por otro lado) sino por hartazgo.

Homero Nicolás Manzione Prestera fue un hombre que vivió casi toda la mitad del siglo pasado, tiempo agitado, si lo hubo. Tiempo durante el cual se dirimieron unas de las tantas batallas que hoy se reeditan, reedición que tiene sorprendidos a quienes se pensaban vencedores definitivos, como también a aquellos que entendieron que su derrota era igualmente inalterable.

No era joda la política de los años '20, '30 y '40: la militancia en oposición a uno de los gobiernos de ese tiempo (sea de facto o de fachada institucional) suponía, casi siempre, cárcel. Y a veces, incluso, torturas, vejámenes de todo tipo; que alcanzarían su punto culminante en los años '70, atrocidades que fueron cocinándose cuando Homero militaba en la dura política de los años de la Década Infame.

Manzione, más conocido como Manzi, fue ante todo un poeta. Un artista sensible por demás, siempre comprometido con lo que pensaba estaba bien, en lo que era correcto. Compromiso que supo costarle demasiado en una época y obtuvo cierta recompensa con el reconocimiento popular pocos años más tarde, a quien quizás le esperaban escarnios aún mayores si no hubiese tenido el tino de fallecer en mayo de 1951: no es absurdo arriesgar que de haber sobrevivido a septiembre de 1955, Manzi la habría pasado muy mal.

Porque Manzi, fue uno de los intelectuales que defendió con más rigor, eficacia y convicción al gobierno de Juan Perón, a partir de 1947 (cuestión sobre la que se volverá), desde su origen radical que jamás renegó ni dejó de reivindicar, aunque convencido de que su radicalismo era encarnado por ese general que otros radicales abominaban.

Digamos entonces, para escribir lo obvio, aludiendo a tanta pregunta obvia que uno recibe desde mayo de 2003 a esta parte, que el peronismo vino a poner todo patas para arriba, también en tiepos de su surgimiento. Como a finales de siglo XIX lo había hecho el movimiento integrado (entre tantos otros) por el entonces joven Hipólito Yrigoyen; movimientos los dos, que a su turno, reunieron y concitaron apoyos, incluso, opuestos entre sí, pero que -quizás mediante el cálculo, ora por la convicción- entendieron que eran cada uno, en ese tiempo el vehículo de los ideales preexistentes a esos movimientos, que les daban sentido histórico.

No es lo mismo ser radical hoy, a mediados de las segunda década del siglo XXI, que haberlo sido en 1893, en 1920, en 1955, en 1973 o en 1983, para seguir escribiendo obviedades. O en 1946, cuando muchos (muchísimos) radicales entendieron que el radicalismo pasaba por Perón y su gobierno, tal vez porque contaba con los mismos enemigos que el finado Yrigoyen.

Fueron muchos, dijimos, entre ellos Manzione, de quien escribiremos bastante en este espacio, Armando Antille (defensor de Hipólito Yrigoyen ante los juicios penales que se le iniciaron a partir de su derrocamiento en septiembre de 1930), Diego Luis Molinari, Jorge Farías Gómez, Juan Ignacio Cooke  (y su hijo John William), Arturo Jauretche y por supuesto, Hortensio Quijano.

Vamos a escribir sobre Manzione, sobre cuyo apellido no en vano machaco tanto, en la medida que creo que, aunque como escribí pudo eludir la revancha de los enemigos del Perón y del peronismo en septiembre de 1955 por haber tenido la astucia de morir cuatro años antes, su biografía fue sometida a una suerte de censura sutil: aunque indispensable como poeta (ámbito en el cual firmaba como Manzi) esa trascendencia hizo que se instalara en la memoria colectiva con exclusividad esa faceta suya, la cual es inescindible de su militancia política, cariz sobre el que muy poco se ha difundido de él, tal el matiz que destacamos.

No es casual, que a su amigo y compañero, Arturo Jauretche, le confesara que en un momento de su vida se enfrentó ante un dilema: "ser hombre de letras o escribir letras para los hombres" y en esa opción definió y reafirmó su ética, su ideología: pudo haber puesto su pluma en venta, hubieron pocas como las de Manzione. Sin embargo eligió el riesgo y asumió la libertad, de escribir sin los condicionamientos de aquellos que hubieran pagado muchísimo por ella.

De allí nuestra admiración hacia Manzione, sobre quien seguiremos escribiendo.


NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

domingo, 11 de noviembre de 2012

8-N

No iba a escribir sobre política, me lo prometí pero no puedo conmigo y en este espacio de cosas tan de uno, las comparto con gente querida.

Aludo al 8-N, así denominado por ciertos sectores que se agobian y agobian con esas nomenclaturas que uno rechaza, pero a la que echamos manos para entendernos; sino diremos que aludimos a una movilización de proporciones que se manifestó en la ciudad de Buenos Aires (desconozco si en otros lares hubo eco, presumiría que sí) para protestar contra el Gobierno.

Porque no hay una propuesta única, siquiera clara en torno a quienes se manifestaron (masivamente, reitero) esa noche de jueves de calor agobiante en la que regresaba a Buenos Aires desde la Provincia en la que ando radicado.

Están en contra del Gobierno, eso es claro y por razones diversas (estilo, inseguridad, inflación, acceso al dólar, estilo presidencial, autoritarismo, populismo gobernante, etc.) sin anclaje en ninguna propuesta puntual: nadie puede arrogarse esa representatividad, aunque pareciera que si surgiese un candidato o una alternativa con chances de reemplazar a Cristina o al kirchnerismo en el (lejanísimo) 2015, se encolumnarían -el grueso de ellos detrás-.

Digamos, para arribar a una primera conclusión que, como ya se ha dicho, lo que demostró la marcha y su desarrollo es que, precisamente, falta de libertades, no hay. Sobran libertades, lo que es bienvenido y aunque sea evidente vale la pena subrayarlo e inferir que muchos de los que decían "sentir miedo" hasta el jueves pasado han de haberlo perdido.

Fue un ejercicio democrático (más allá de eventos deleznables a cargo de sujetos deleznables) que no empañan un comportamiento general que debe celebrarse desde la masividad que comentábamos, aunque anotemos (nada malo hay en ello) que fue socialmente monocolor: como dice mi entrañable compañero Espeche -en quien pienso al escribir, en Isidro Casanova (y tantísimos otros lares) el 8-N no le movió el pelo a nadie.

Escribimos desde donde escribimos, convencidos del acompañamiento (hasta el último segundo, del último minuto, del último día) y ello me compromete a advertir mi discrepancia con la reacción primera de Cristina al día siguiente, cuando dijo -resumiendo su discurso- que el problema no era de ella sino de la oposición.

Disentimos con la querida Presidenta: el problema es de la oposición pero, como todo en estas pampas feraces, también de ella y de su proyecto. Del sistema de gobierno democrático.

Porque la mayoría de esos cientos de miles (y otros tantos que no salieron) siguen anclados en 2001. En el "que se vayan todos", esquema mayoritario en ese tiempo aciago, resuelto para tantísimos que encontramos a partir de mayo de 2003 un espacio político a partir del cual volver a encontrarle sentido a la cosa pública. A sentirnos representados, defendidos incluso, por los gobernantes que lo hacen por nuestro interés, por el interés general.

Opinión que, en lo absoluto, comparten los manifestantes del 8-N, pero a los cuales (parafraseando al honrado y lúcido Edgardo Mocca) el proyecto gobernante tiene que interpelar y -como dicen ellos- escuchar.

Concuerda con el ADN del kirchnerismo que nunca ha sido sectario o excluyente, no obstante tantos (otrora ultra-Ks) así lo pinten.

Soy prueba de ello (anécdotas miserables al margen de índole personal) cuando me sentí convocado por Néstor el 25 de mayo de 2005, en su discurso de Plaza de Mayo, y por Cristina el 11 de marzo de 2010 en su discurso de la cancha de Huracán, cuando dijo (no lo olvidaré): "no pregunten de dónde vienen los que llegan", frase-antídoto de todo peronómetro -o alguna otra ridiculez que se me blande- por mi condición de radical que acompaña con tanta convicción, como tantas veces he escrito en este espacio.

Deben redoblarse, entonces, los esfuerzos por interpelar a quienes con buena fe (son muchísimos) discrepan y piden ser oídos, más allá de la discrepancia que uno les depare por contribuir al interés de quienes deben ser democráticamente doblegados para que este sistema de gobierno sea genuinamente democrático.

Será por eso que, lo que se hereda no se hurta, evoco una experiencia que tuvo al radicalismo gobernante de los '80s como evidencia de la necesidad de contribuir a una mejor y más auténtica democracia, con sus timideces, retrocesos y observaciones que puedan dirigírsele a la experiencia y a su líder, Raúl Alfonsín, a quien tanto se quiere en este espacio.

Recuerdo una reflexión del inolvidable Gallego (cuyo legado nada tiene que ver con el móvil del 8-N y las alquimias electorales que cocinan algunos de sus herederos, en mi humilde opinión) acerca del peronismo de ese tiempo, en estado de shock ante la derrota inimaginable de octubre de 1983, adversidad que dividió a ese movimiento entre ortodoxos (no recuerdo su denominación, admito) en cuyas filas militaban Vicente Saadi, Herminio Iglesias, Lorenzo Miguel y tantos otros y los renovadores, con Antonio Cafiero, José Luis Manzano, Carlos Grosso, José Manuel de la Sota y, por supuesto, Carlos Menem.

Decía Alfonsín, en el ocaso de su vida, que esa circunstancia era una (entre tantísimas) que más le preocupaba desde la experiencia que había vivido como Diputado Nacional el tiempos de don Arturo Illia cuando desde el partido gobernante se debía responder al desafío de dos peronismos que se disputaban entre sí cuál de los dos era más opositor, y por tanto, representativo de esa fuerza política. Y concluía, destacando que uno de los aciertos, y legados, mejores de su experiencia a esa democracia enclenque había sido la "mano tendida" de ese radicalismo que se comía los chicos crudos, a la unificación y recuperación del adversario, gesto que ha sido reiteradamente reconocido (incluso en eso años) por esos dirigentes, Antonio Cafiero a la cabeza.

El extenso introito, espero, va delineando lo que pienso de las advertencias que nos deja a todos el 8-N y la orfandad de un sector considerable de la oposición en la representatividad política del país, de cara a las disputas que se vienen y, como en todos los otros terrenos de este país institucional y literalmente arrasado, es responsabilidad y tarea del gobierno de Cristina Fernández (y de quienes la acompañan, desde ya) contribuir a la viabilización de condiciones que auspicien un acercamiento (desde posiciones muy claras e irrenunciables) con las fuerzas políticas representativas de la oposición, no sólo para dar con consensos puntuales y específicos -de urgencia en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires- sino a su vez, para elevarles el rango de su representatividad y potencialidad gubernativa.

En el afán de sumar a tanto desnortado al sistema democrático, esquema que excede con creces a una representación u opción política sino que nos concierne a todos, en el cual la inmensa mayoría de los participantes del 8-N quiere ingresar y sentirse parte y está en nosotros, en nuestro proyecto, permitírselo.

Muy especialmente, en el conocimiento de que los antepasados del grueso de los manifestantes, quienes, casi sin excepción, tributaron y acompañaron las experiencias más dolorosas de nuestra breve (y tan triste) historia.

Reflexiones, en suma, nacidas de intuiciones, convicciones, ideas, conciencia de clase, incluso. Claridad que en muy buena medida le debo a alguien que ha sido (y espero que siga siendo) muy importante para mí, a quien se dedica esta página con afecto indeleble, en la advertencia de que a las palabras se las lleva el viento.

A mi profe, Alberto Filippi.

viernes, 2 de noviembre de 2012

El Orangután.

"El aluvión zoológico del 24 de febrero 
parece haber arrojado 
a algún diputado a su banca, 
para que desde ella maúlle a los astros 
por una dieta de 2.500 pesos. 
Que siga maullando, que a mí no me molesta."
Diputado Nacional Ernesto Sammartino,  Cámara de  Diputados de la Nación,  7/8/1947.

"Es un provocador profesional este Andrés Larroque. 
De derechos humanos debe conocer lo mismo que un orangután".
Diputado Nacional Ricardo Gil Lavedra, 1º/11/2012.


La sanción de la ley que permitirá votar a los ciudadanos y ciudadanas que el año que viene hayan cumplido 16 años, dio pie a intercambios poco felices entre diputados de uno y otro y sector; generados a partir del discurso del legislador oficialista Andrés Larroque, quien aludió al "narcosocialismo", cruel chicana contra el gobierno santafesino que enfrenta un dilema no muy distinto al del común de los gobernadores del país: tener en las filas de las fuerzas de seguridad a gentes involucradas en el tráfico de drogas.



Lo de Santa Fe y su jefe de policía es gravísimo, salpica al gobierno socialista de esa Provincia, aunque creemos en esta página modesta que vincular al gobernador Bonfatti y a su antecesor Hermes Binner con el narcotráfico, constituye una injusticia demasiado subrayada.

Al calor de un discurso pronunciado en un clima cladeado, quizás Larroque se dejó llevar por el entusiasmo que lo embargaba y cargó de ese modo contra quienes merecen muchísimas observaciones y críticas (que podríamos relacionar con sus convicciones, coherencia, coraje, etc.), mas no la deslizada con tanta eficacia.

La referencia hiriente, derivó en la salida de (casi) todos los diputados de la oposición, a modo de repudio, mereciendo al día siguiente expresiones menos dolientes que ofensivas al diputado ironista y al grupo al que pertenece: "La Cámpora",  bette noire del frente que gobierna el país, al paladar de "Clarín", principal usina de la oposición a esa gestión que va por un todo o nada preocupante que pareciera despreocupar a tanto republicano indignado con Larroque.

Uno de ellos ha sido el diputado Ricardo Gil Lavedra, quien aludió a los primates para descalificar a Larroque, como plasmamos en la cita del inicio.


Que nos hizo evocar una de las más desafortunadas que se hayan oído en el recinto en el que trabajaba Gil Lavedra en tiempos del primer peronismo, a cargo de uno de los dirigentes más desafortunados del Partido de Gil Lavedra y del boludo que escribe (muy a su pesar, casi siempre): Ernesto Sammartino.

Sammartino, expresó entonces (en agosto de 1947)  el desprecio de clase que el peronismo emergente ocasionaba en vastos sectores que, aunque a caballo de un inexistente nazi-fascismo de Perón, reaccionaban ante la irrupción (o retorno post expulsión en septiembre de 1930) de las masas populares en el gobierno; ese subsuelo sublevado, según la definición exquisita de Raúl Sclabrini Ortiz.

No se quedó ahí, Sammmartino.

Si bien debe consignarse que (al igual que tantos radicales de entonces) no la pasó nada bien en tiempos de Perón, vuelto al país tras septiembre de 1955, supo enrolarse en los sectores más reaccionarios de la UCR que la soñaban como trinchera de contención a toda vuelta posible del peronismo a la escena pública.




Su odio, el de Sammartino, era tal, que en ocasión del intento de Juan Perón de regresar al país en diciembre de 1964, despertó a Luis Caeiro (entonces Secretario de Prensa del presidente Illia) para dirigirse a Ezeiza, armado con la finalidad de: "cagar de un tiro al tirano si ponía un pie en suelo patrio", referencia que el propio Caeiro me confió al entrevistarlo en agosto de 1998.

No obstante alertamos sobre deslices y dislates, no creemos que Gil Lavedra sea un heredero de Sammartino (sayo que le calzaría a la abominable Cochonga Carrió), su historia personal, su trayectoria política marcan un sentido contrario, sólo que desde este humilde espacio advertimos al radicalismo popular y democrático acerca de determinadas expresiones y muy especialmente del rol que decida ocupar en los meses, las semanas y los días cruciales que se vienen.



martes, 30 de octubre de 2012

La suerte en tus manos.

Acabo de rever una película que vi en cine al momento del estreno comercial y que me dejó ciertas inquietudes, que escribí en su momento (con un destino que no fue) y reescribo ahora, en parte para seguir cultivando este espacio de intimidades chiquitas y no escribir sobre política. 

Porque no quiero escribir sobre política, sería muy ofensivo con gente que, quizás, no lo merece.

Volviendo a lo anterior, la escritura-reescritura versa sobre "La suerte en tus manos", octava película de unos de los directores más personales que ha dado eso que se denomina "Nuevo Cine Argentino": Daniel Burman.



Digamos, ante todo que la película es amable, como suele ser el cine de ese director: heredero (tal vez) o ciertamente inspirado en su paisano Woody Allen, en Burman no hay conflicto social, no hay denuncia, siquiera problemática. 

Los personajes que elucubra para sus ficciones en general están satisfechos con su vida o mejor, insatisfechos con su propia satisfacción. No propongo un juego de palabras de pretendido ingenio: a ninguno de los personajes (dijera mi Viejo) le falta una moneda en el bolso y al igual que los personajes de Allen, el conflicto siempre será en clave personalísima.

Es, "La suerte en tus manos" la película de Burman que más lazos traza con ese cine de culto para tantos de nosotros, el de Allen, insisto, desde el discurso, el humor, la temática y muy especialmente las locaciones que el director buscó y supo encontrar en Rosario y Buenos Aires, muy especialmente Buenos Aires, ciudad a la que parece haberle dedicado su octava película: deja atrás el Once (y no tanto) y se embelesa con  la avenida Corrientes (hay escenas en Zival's, esquina Callao; hay una porción de muzza compartida en Güerrin y se va al cine Lorca a ver "Que la cosa funcione" de... Woody Allen). 

Esa marca Burman, ese diálogo consigo mismo (por tal, destacable desde su poderosa honestidad intelectual) se evidencia al despuntar la película, desde el retrato que propone de su personaje central (Uriel Cohan, correctamente jugado por un debutante sorprendente, Jorge Drexler), un sujeto deleznable pero -al fin de cuentas la película transcurre en una atmósfera Burman- es retratado con ternura, no obstante Uriel Cohan sea un mitómano, usurero, manipulador, ludópata, obsesivo y otras lindezas a quien, encima, le va demasiado bien, enamorado de una antigua novia interpretada por ese tanque del cine nacional capaz de sostener por sí sola el proyecto más insostenible (no aludimos a "La suerte en tus manos"), Valeria Bertucelli.

Juego de opuestos, de personajes con valores encontrados, Uriel y la novia antigua habrán de encontrarse y desencontrarse hasta que todo confluya en un happy end que deje a todos (los personajes, los espectadores) felices, aunque ninguno de ellos siquiera se atreva a pensar algo así como "la puta que la vale la pena estar vivo", ni tan lejos tampoco.

Los momentos más logrados del filme, remiten a otros, igualmente felices de otras películas del director, cuando recrea las fantasías de su protagonista (es tan tierno Burman con Uriel que hasta destaca esa particularidad del mitómano, la fantasía y lo recrea con notable vuelo poético); referimos la escena en la que los novios (en tren de serlo) juegan en un pelotero; reflejo de otra logradísima, la escena del Bolero de Ravel en El nido vacío, protagonizada por Oscar Martínez y Cecilia Roth.

Supo (con alguna excepción subrayadísima, inexplicable) convocar un reparto notable, que está a esa altura: Luis Brandoni y muy especialmente, Norma Aleandro, cumplen sus roles con  precisión de relojero y la calidez de sendos tótems del cine de estas pampas.

Vamos cerrando con la aclaración de que se leería mal esta entrada si se le imprime un juicio peyorativo a la película que se comenta, a la que sin embargo, algo le falta, quizás necesitaba más tiempo para procesar ideas que parecen que han quedado a mitad de camino, porque valoramos -se ha escrito- mucha honestidad en Burman; como deshonestidad vemos en Pablo Trapero y su última película, antagónica por completo en el sentido de "La suerte en tus manos".

Quizás escriba algo sobre "Elefante blanco", esa película que tanto me molestó, de trazo tan grueso, tan mal actuada.

Con todo, "La suerte en tus manos" no es ni más ni menos que un colagge Burman, que con los más y los menos del realizador, esperamos que pronto filme una nueva, que nos deje felizmente reconfortados. 

domingo, 28 de octubre de 2012

La vuelta de Terragno.

Enterado por redes sociales (y mediante algún sueltito publicado al desgaire en ciertos medios de difusión) de la pretensión de Rodolfo Terragno de ir por una banca en el Senado con motivo de las elecciones legislativas del año que viene, empecé a bucear en las páginas y portales que le dan pasto a esa candidatura.


En todas se lo presenta como un hombre de Estado, por encima de las cuestiones de coyuntura, mediante una tesitura que supo desarrollar en las columnas que durante los '90s publicaba en la revista "Noticias" (quizás todavía sabe, no me consta, ya que no consulto ese medio por razones de higiene elemental), lugar desde donde, recuerdo de memoria, presentaba al modelo irlandés como la senda a seguir por este país desmelenado y anárquico. Desconozco si actualmente, post colapso de esa nación, sigue sosteniendo su hipótesis.

Como sea, vuelve Terragno, parece que desde el seno de la UCR, partido que nunca terminaría de sentirlo propio (así se lo hicieron sentir sus correligionarios) aunque a mediados de los '90s haya presidido su Comité Nacional, más por la vocación de unos cuantos de impedirle el acceso al Cholo Posse que por adhesión a ese dirigente viscoso, líbero en su juego político que representa un radicalismo tan indefinible.

Lo decimos, porque a diferencia de Aguad o Sanz (que con ponderable -porqué no admitirlo- levantan las banderas del radicalismo reaccionario y antipopular) Terragno navega aguas sino indefinibles de compleja ubicación ideológico-política.

Coqueteó lindo con don Eduardo Duhalde a partir de la muerte de Néstor Kirchner, candidato al que pareció querer apoyar (recuerdo la redacción de una entente tipo Moncloa que parecía dirigida a asegurar ganancias a determinados sectores y lograr una anmistía para los enjuiciados y condenados por delitos de lesa humanidad), apoyo que se enfrió (dicen que dicen) cuando el caudillo lomense le negó la candidatura vicepresidencial.

No creemos que exista un divorcio inconciliable entre cierto radicalismo y el peronismo duhaldista, no obstante desde ese esquema y a partir del discurso -de corte neoliberal, con añejo perfume de las social democracias de los 50's y 60's- aparece como algo forzado a partir de la censura que propone al legado del caudillismo sudamericano, sonsonete que reitera por estos días en la columna publicada en Facebook: https://www.facebook.com/notes/conterragno/el-problema-no-es-la-oposici%C3%B3n-dividida/279584152160235; ocasión en la que desarrolla un análisis de las elecciones en las que se consagraran presidentes con márgenes abultadísimos entre la opción ganadora y la que le seguía (disparidad recurrente, la llama) idea que refuerza mediante el siguiente cuadro comparativo:

 Estos son los puntos de ventaja que tuvieron diversos presidentes en las elecciones que los ungieron:
1928. Hipólito Yrigoyen: 47 
1973. Juan D. Perón: 39
1922. Marcelo T. Alvear: 39
2011. Cristina Kirchner: 37
1916. Hipólito Yrigoyen: 33
1951. Juan D. Perón: 31
1973. Héctor J. Cámpora: 28
1995. Carlos Menem. 21.

Con la excepción de Marcelo de Alvear (ungido con ese portento por su condición de sucesor de Yrigoyen en el '22), a través de esas aritméticas, Terragno anticipa (y auspicia) el fracaso de la actual gestión, que se explicaría desde el fracaso electoral de la propuesta que los había desafiado en la elección previa.

Más allá de nuestro análisis, leamos a qué conclusión arriba el propio Terragno: "En parte, esto obedece a la cultura caudillista , adicta a la concentración del poder. En 1928, Yrigoyen obtuvo 63 % de los votos; en 1973, Perón llegó a 65. También contribuye (y eso ocurrió en todos los casos mencionados) la falta de una segunda fuerza que aparezca como opción. Las democracias eficaces son bipartidistas. No porque la ley permita sólo dos partidos (en todas ellas hay varios) sino porque ningún otro tiene capacidad de llegar al gobierno. Ese sistema binario lo crean partidos con vocación de poder, policlasistas, extendidos por todo el territorio, que hacen esfuerzos por no desmembrarse ni bajar los brazos en momentos de adversidad. La ciudadanía tiene, en esos casos, un partido gobernante sujeto a control y, si ese partido la defrauda, otro con el cual reemplazarlo."

El caudillismo, una vez más. La paradoja de los líderes que no pueden ser considerados democráticos, aunque se los hubiese elegido abrumadoramente no son completamente democráticos: al no existir una alternativa con eficacia para avisorar una alternancia en el poder.

Una sofisticada (esforzada, quizás) versión de la prédica que descalifica a los gobiernos genuinamente democráticos como populismos neo-autoritarios.

No se preocupan quienes predican estas alquimias de compleja asimilación con la realidad que los circunda en entender por qué no se los vota. O porqué se vota en esta región sudamericana a quienes se vota, tal vez (y eso creemos) porque representan y llevan a cabo las políticas que benefician a la mayoría.

Y tal vez sea tarea de los dirigentes que integran un partido de raigambre popular como la UCR (no obstante que al igual que el peronismo alberga tendencias de signo contrario, claro queda) esmerarse en la propuesta de razones y alternativas que, rescatando lo que debe ser rescatado (y defendido como conquistas impensadas pocos años atrás y por tales, innegociables), arriesguen algo mejor a lo bueno -o menos malo, según se mire- que debe ser enfrentado. Como propone nuestro querido Leopoldo Moreau, sin ir tan lejos.

De eso se trata y por eso, y por tantas otras razones uno está parado donde está parado.