domingo, 4 de abril de 2010

La palabra y el poder.


Acabo de repasar en el Canal “Encuentro” del Ministerio de Educación de la Nación, el discurso pronunciado por Raúl Alfonsín en la sociedad rural, en agosto de 1988, en el marco del programa “Especial Raúl Alfonsín: la palabra que enfrentó al poder”.

Ponderarlo a Alfonsín desde sus atributos oratorios es ya demasiado obvio, no obstante el repaso íntegro de esa improvisada arenga de barricada ha vuelto a conmoverme como entonces. Otro tanto me ocurre cuando evoco su igualmente improvisada respuesta a las provocaciones mediante las cuales Ronald Reagan lo aguijoneara en los jardines de la Casa Blanca, como al repasar el enérgico mensaje que pronunció en el Vicariato Castrense como respuesta a las insolencias del extinto (creo y deseo) Monseñor Medina, reconfortador de la psique de los represores del terrorismo de Estado.

En esos tres casos, en especial en el que acabo de refrescar, renace en mí la admiración hacia ese político impar, con sus menos a cuestas, ante los energúmenos que con una irrespetuosidad baratísima, se daban el lujo de insultar a un presidente/político, cuando poco tiempo antes se llagaran las palmas de las manos ante las visitas de unos cuantos presidentes/generales.

Al volver a verlo, recordé cómo había sucedido todo; el suspenso antecedente respecto de la actitud que tendría ante una concurrencia que se mostraba de antemano hostil, siendo que el Secretario de Agricultura de su gestión había sido ya prolijamente insultado, algo menos que el propio Presidente a su llegada.

Incluso durante la alocución del presidente de la sociedad anfitriona, un sorete que sería años más tarde diputado nacional en el partido fundado por Domingo Cavallo, las menciones a Alfonsín eran coronadas por un rosario de agravios.

No se amilanó: enfrentó insultos y silbidos y los planchó. Los mató el gallego, a política pura.

Cito textual:

Quiero poner de relieve el espectáculo al que asistimos en la Sociedad Rural. Estos hechos no se producen en tiempos de dictadura, aunque parece que algunos comportamientos no se consustancian con la democracia, porque es una actitud fascista no escuchar al orador. No creo realmente que sean productores agropecuarios los que tienen este comportamiento , son los que muertos de miedo se han quedo en silencio cuando han venido acá a hablar en representación de la dictadura y son también los que se han equivocado y han aplaudido, a los que han venido a destruir la producción agropecuaria”.

Más adelante realizó alguna precisión acerca de los cuestionamientos que había puntualizado el sorete en su ponencia, para enfatizar más adelante, ante la persistencia de insultos, silbidos e incluso, elementos que le arrojaban desde las tribunas que: “este espectáculo no me avergüenza como radical ni como Raúl Alfonsín, este espectáculo me avergüenza como Presidente de la República”.

De un tiempo a esta parte, otras humillaciones fueron planeadas por los guapos de la SRA, con o sin aquel inolvidable u otro sorete en la presidencia, abortadas ora por algunos guapos de veras (en los tiempos en los cuales Carlos Menem los engañaba bajo su apariencia populista o los condenaba a la miseria en la que estuvieron –algunos de ellos- sumidos durante más de una década) ora a causa de la ausencia de todos ellos en eventos de ese tipo, sin excepción, de Eduardo Duhalde en adelante.

Quiero quedarme, más allá de las particularidades de ese momento, con el rescate que desde este proyecto se hace de la figura Alfonsín, dado que el único evento rescatado íntegramente –además de los discursos inaugurales de su Presidencia, en el Congreso y en el Cabildo- ha sido esa arenga excepcional.

No puede dejar de leerse en ello, la construcción de una memoria, aunque tributaria coyunturalmente al encono del gobierno a uno de los sectores de la producción más aborrecidos por este proyecto, que pone el acento en el político que se para ante los intereses corporativos, en sintonía con la esencia de la propuesta de la presidenta Fernández.

De hecho, el programa terminaba con un popurrí de imágenes y alocuciones del evocado, que presentaban con equilibrio luces y sombras, con la imagen final de la Presidenta inaugurando el busto con el que se lo homenajea en la Casa Rosada y una toma de ambos, departiendo amablemente en esa ceremonia.

De lo que dijimos, tal vez, se evidencien las razones de la relevancia que se le diera al evento de Alfonsín en la sociedad rural, cuanto la precisión del significado histórico de ese ex-presidente aunque adversario, exponente de una ostensible ligazón política e ideológica con el modelo gobernante por estos días.

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