viernes, 11 de octubre de 2013

El delito no se hereda.

Y eso que no iba a escribir en este espacio chiquito, de confesiones chiquitas, de la política de todos los días (o de lo que se le parece).

Le hurto minutos al laburo para compartir reflexiones acerca de Elisa María Adelina Carrio, Lilita, dirigente política a la que le hemos dedicado mucho espacio en estos lares.

Es muchas cosas Carrió, nunca una loca, una desquiciada.

Para algunos es una mujer valiente, osada, honesta, convencida de sus convicciones; otros la creemos cruel, cínica, resentida, perversa.

Y ante todo, reaccionaria.

No tanto por lo que piensa (o lo que uno cree que piensa) sino por lo que representa o pretende representar: la anti-política excluyente dura y pura, en especial por estos días, por estos años, durante los cuales ha dejado de lado la veleidosidad académica que fingió, proponiendo contratos morales u otros disparates; no ya porque desechemos como un valor imprescindible a la ética política (que se diferencia en mucho de la moral que cacareaba Carrió) sino porque el planteo estaba orientado a reflotar las creencias atávicas de radicales reaccionarias como ella que equiparaban al peronismo con la corrupción.

No soy, no fui, a esta altura del partido, tampoco seré, peronista. Sí soy (a mi manera, quizás porque aquello que se hereda no se hurta) radical. Un radical que nada comparte con Carrió, como con tantos otros radicales que piensan tan distinto a uno, de lo que he escrito ya demasiado.

Soy un radical que advierte a los radicales (sin pretensión alguna) acerca de los vicios atávicos que durante muchos años hemos arrastrado los radicales, defectos nacidos a partir de un trauma que muchos no pueden superar y que finca en la irrupción del peronismo en la política, que llevó a tantos radicales (cuantas veces he escrito lo mismo) a adherir a quien veían (Perón) como heredero de las tradiciones democráticas y populares del caudillo de aquel radicalismo (Yrigoyen). Homero Manzione, por todos.

Fueron muchos los radicales que abominaron a Perón y lo enfrentaron por el sesgo dictatorial de sus primeras Presidencias (cariz innegable a partir de concebir a su movimiento como la punta de lanza de un proceso revolucionario) cuestión que no nos resulta tan irritante como las convicciones arraigadas por muchos de esos muchos radicales, cuando el peronismo (los peronistas, con Perón a la cabeza) comenzaron a ser perseguidos por regímenes que venían a enterrar esa tradición y la del radicalismo, que definimos, como nacional y popular.

Es clara la referencia.

Sin embargo, no tantos, pero unos cuantos, radicales acompañaron esas experiencias, se involucraron en las administraciones de gobierno, dando pasto, ministros y en especial, legitimación a la política de reversión del camino desandado por Yrigoyen y por Perón.

No tenemos dudas acerca del significado ideológico y cultural de Carrió: representa esa tradición política con una fidelidad asombrosa.

En especial porque, como también hemos escrito reiteradamente en este espacio, esa reacción es meramente destructiva y cocinada en un odio de clase que nadie representa mejor que Carrió.

Candidateada (¡otra vez!) hay que soportarla, porque debe ser tolerada, agrandada como alpargata en el agua, post 1.78% de las elecciones de 2011, con aires de Ave Fénix de opereta. No recuperará lo que alguna vez tuvo (si es que lo tuvo), pero remontará desde el subsuelo profundo en el cual la sepultaron los electores hace apenas dos años.

Exultante en ese plan, ha vuelto recargada, entusiasmada con una publicidad de campaña que apela al ridículo, ridiculizándose así misma (como en la foto que sigue, mediante la cual con cierta ocurrencia le responde a Aníbal Fernández, uno de los tantos pasos de comedia de ese inesperado dúo cómico) o empapelando Buenos Aires con afiches que piden el voto a ella para combatir a los Kerner.

Podemos preguntarnos si es necesaria Carrió y diría que sí, porque el voto ultra, reaccionario, fascista, debe contar con un canal de expresión en las mesas electorales (fallecido Bussi, impedido de votar siquiera, Abelardo Patti), sólo que me permito advertir a quienes piensan bastante distinto sobre el sentido de sus votos: votar a Carrió, hoy, dice mucho más contra el sistema democrático que hacerlo por el rabino PRO, con lo que supone afirmarlo.

Y no me nubla mi antipatía a la candidata.

Lo dice ella. O su subconsciente. Como cuando cruzó a Cabandié en el debate televisivo en TN. Carrió (más allá de la forzada e hipócrita aclaración producido un corte televisivo) le dijo al nieto recuperado Cabandié que "el delito no se hereda", con relación a los presuntos delitos que -según Carrió- ha cometido Enrique Coty Nosiglia y la candidatura de un hijo del dirigente radicales en las listas de legisladores de UNEN.

"Vos deberías saberlo, que sos hijo de desaparecidos", dijo como para que no quedaran dudas.

Después se retractó, dijimos, desmereciéndose así misma, pidiendo lastimosamente disculpas, retractación en la que no creemos ni un poco. Porque piensa eso Carrió. Como tantos de sus votantes, que los desaparecidos son delincuentes, porque si no, no hubiesen desaparecido.

"Delincuentes subversivos", se los denominaba en los expedientes judiciales de mediados de los '70, cuando se tramitaba en el papel, lo que luego se resolvería de un modo más sencillo y expeditivo. Vaya si lo sé, trabajando cotidianamente con testimonios de ese tiempo.

Muchas veces debe haber tipeado esa denominación en dictámenes de una Fiscalía del Chaco durante esos años, la actual candidata a diputada por UNEN, Elisa Carrió.

Gajes del subconsciente y la memoria, que a ciertas gentes no la deja en paz.

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