viernes, 13 de julio de 2012

Carmencita.

No sé bien por qué escribo sobre determinadas cuestiones que quizás no merecerían mi atención y dedicación, máxime cuando deploro contundentemente el producto que comento tan reiteradamente, aludo, desde luego a Showmatch, ese esperpento abominable que -aunque algo marchito en materia de audiencia- domina la televisión argentina, casi siempre patética, no pocas veces abyecta, calificada con precisión por José Pablo Feinmann como TVómito.

Desde temprano casi todas las señales (no sólo las del multimedio Clarín) se despachan con el resumen de lo que acontece en eso que es cualquier cosa menos un concurso de baile: un engendro en el que los protagonistas (en especial los miembros del jurado) sacan trapitos al sol exponiendo sus miserias más íntimas del modo más inconfesable.

No se entiende por qué llama tanto la atención la conventillería que se expele desde allí, quizás Marcelo Tinelli, ese eficaz exacerbador de lo peor de nosotros, saca punta al poderoso morbo colectivo, que siempre supo dar fruto, aunque nunca rindiera tantos dividendos.

Lo que se propone, lo que se exhibe desde esa pantalla espuria, parece evocar la alcahuetería de los chimenteros (que abrazan ese producto con devoción) con la chúcara -aunque auténtica- revista Esto, que el Gallego García editó hasta los primeros '90s: aquella revista que publicaba en tapa las fotos que Crónica se abstenía de hacer, en homenaje quizás, a cierto pudor edittorial elemental.

Esta mañana -voy al grano- en un café céntrico de San Juan quienes desayunábamos atendíamos a un canal de noticias que informaba el estado de las líneas de subte, los retrasos del ferrocarril Mitre y la sensación térmica de la fría mañana de Buenos Aires y entre otras cuestiones de vital interés para quienes pasamos nuestros días aquende la cordillera, un resumen de lo que pasó ayer en ese altar de la mierda que conduce Tinelli.

De allí esta entada absurda.


No vamos a relatar qué pasó, sólo que se reprodujo una discusión (acicateada, seguramente por la producción, a la que asistía Tinelli con esa risita cínica, que siempre luce en esos momentos horrrendos) entre Carmen Barbieri y una niña, creo, de apeliido Paleo, quien habría sido la que sedujo al añoso Santiago Bal, hasta ese momento, esposo de Carmen.

Fue tan penoso todo, era tan horrible asistir a esa discusión (me dieron lástima ambas y en especial el hijo de Bal-Barbieri, que intervino para sosegar a su mamá) más allá de que estaba lógicamente pautada y se habrá hecho en búsqueda de más audiencia, bien que marchita en la edición 2012 de la bazofia que comentamos.

Verla a Barbieri en ese trance (como a tanta gente apreciada y algún amigo muy querido chapotenado en esa miasma) me hizo evocar a la mejor Barbieri, que disfruté, allá lejos y hace tiempo (¿2003?) en un café concert proponiendo un monólogo de una lucidez y gracia propia de su padre, el gran Alfredo.

Fui en compañia de un gran amigo quien, por esas cosas del destino tiene participación en ese programa que deploro (aunque lo suyo aporta talento, buen gusto y por tanto es una bocanada de aire puro en esa cloaca a cielo abierto) y recuerdo parte de ese monólogo de Carmen, que me hizo desternillar de risa.

Evoco:  "Cuando era chica, soñaba con ser una gran artista. Quería cantar como Valeria Lynch, bailar como Eleonora Cassano y actuar como China Zorrila. Y resulta que: actúo como Valeria Lynch, canto como Eleonora Cassano y bailo, como China Zorrilla".

Es de esperar que (aunque ese trabajo le retribuyese materialmente tantísimo menos que el cachet que percibe por esa inmundicia que emite El Trece) esa comediante excepcional retome, más pronto que tarde, el lugar que más la dignifica.

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