miércoles, 4 de julio de 2012

Piazzolla

Aunque siempre despotriqué contra esa necrofilia tan nuestra de evocar a las personas en la fecha de sus muertes, borro con el codo lo escrito con la boca y a cuento de una muy buena columna publicada en la edición de hoy de Página/12, me entrego a compartir ciertas reflexiones acerca de don Astor Piazzolla, muerto hace ya, 20 años.

Comienzo (para variar) por la autorreferencia.

De chico abominé del tango o algo así, natural reacción ante tanto tango escuchado desde que escucho. Tendría seis, siete, ocho años cuando una mañana de sábado me desperté, interrumpido un sueño en el cual le decía a un amigo de mi edad: "si ayer la quise, qué importa, qué importa si hoy no la quiero", frase inusual para esa edad, lo que recuerdo había generado mi sorpresa en el sueño mismo.

Naturalmente, me estaba despertando al compás de "Qué me van a hablar de amor", rito de cada sábado por la mañana: Troilo o el Polaco Goyeneche, atronaban en casa por mandato indiscutible impuesto por mi Viejo.

Sin embargo, siendo yo más grandecito, a pocos años de su muerte empecé a interesarme en el tango y solíamos conversar acerca de los estilos de las distintas orquestas.

Aunque tanguero de negro paladar, rescataba a Piazzolla, no era lo que le gustaba escuchar, pero lo respetaba, aunque no tuviera un solo disco de Astor.

Es sabido, que por años, fue un lugar común el desprecio a Piazzolla, temperamento que no pocas veces fue acompañado mediante violencia física, en un caso que recuerdo, a manos de D'Arienzo, cultor del género que no podía estar más lejos de Piazzolla, a quien mi Viejo tampoco quería ni respetaba como al autor de Adiós Nonino.






Lo cierto es que en mi caso, siempre escuché a Piazzolla e inicié a muchos en el tango a través de su música, estrategia en la que fui siempre infalible al proponer la escucha de los colosales trabajos de los '70s de Roberto Goyeneche con la orquesta de Atilio Stampone: un deleite incomparable.

Volvamos a Piazzolla y cito de memoria un trabajo sobre la literatura argentina dirigido por don David Viñas, que se interrumpió con su muerte, precisamente en el Tomo 4:  "El peronismo clásico (1945-1955): Descamisados, Gorilas y Contreras", donde se publica un artículo (cuyo título no recuerdo) que trataba la coincidencia entre el final de la época de oro del tango en el año 1955 y (claro está) el cierre abrupto del primer peronismo.

Lamento no tener a mano el trabajo, porque valdría la pena glosarlo; contrapone en el sentido de relacionar ambos finales, a la composición por parte de peronista Cátulo Castillo del  desesperanzador: La última curda, escrito en ese tiempo, durante el cual para el autor de María  y Desencuentro, venía de un país que está de olvido, siempre gris, tras el alcohol, requiriendo a su interlocutor que le cuente su condena le diga su fracaso, a juicio del autor (y coincidimos) de ese peronismo violentamente concluso.


Año, a su vez, durante el cual Piazzolla abandonaría la ejecución del tango clásico para embarcarse en experiencias como la del octeto gestado en 1955, que vendría expresar el mismo nihilismo de Castillo, sólo que aupado a un sentir más antiperonista que popular o modernoso, embretándolo para siempre en ese vereda.

Fue Piazzolla, por impostura quizás, un antiperonista cerril, que denostó públicamente al peronismo y su legado, llegando incluso a justificar el terrorismo de Estado de la última dictadura, atacando mediante el discurso militar a los argentinos exiliados en Europa durante esos años crueles, lo que le valió a Pino Solanas no pocos dolores de cabeza (según el propio cineasta lo reconoció) cuando lo convocó para la musicalización (exquisita, colosal, dicho sea de paso) de Tangos. El exilio de Gardel, estranada cuando promediaba el gobierno de Raúl Alfonsín.

Una nueva expresión de ese antiperonismo de Piazzolla fue el evidenciado durante la campaña electoral de 1989 en el ocaso de esa administración radical, al decir públicamente que si ganaba Carlos Menem, se iría del país; temperamento que varió a muy poco de asumir el riojano la Presidencia, cuando sus primeros pasos convencieron al gorilaje telúrico de que con Carlitos no había nada que temer.

Comenzó a morir al poco tiempo, de un ACV que los sorprendió en París en 1990. Falleció un 4 de julio de 1992 en Buenos Aires.

Como sea, pensare lo que pensase, queremos a Piazzolla a través de su música, de sus composiciones imparangonables, expresivas de toda una época, de un rigor y una majestuosidad, impropias.

No dije que empezó su trayectoria como primer bandoneón y arreglador de Pichuco Troilo, a quien amó, ese Gato jodido que evocamos, como a un padre. Y a muchos años de la emancipación de Troilo, en 1970, grabaron a dos bandoneones Volver.


Cerramos con ese deleite: http://www.youtube.com/watch?v=pPHflQeHCyg

Dedicado a Osvaldo Gandolfo.

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