lunes, 13 de agosto de 2012

Castigo Capital.

A miles de kilómetros, observo como sigue sin solución a la vista una huelga interminable, la de los subtes porteños que desde hace unos diez días (informa TN, señal que todavía prescinde de consignar las horas y los minutos desde que marchó el último tren por los rieles que corren bajo las calles de Buenos Aires) les arruina -o por lo menos- les hace mucho más difícil la vida a un millón de personas.

Este espacio responsabiliza a Macri y su gobierno de pacotilla (y de yapa a quienes lo votaron, seré antipático con mucha gente querida y con millones que no conozco) de todo este entuerto, salpimentado por la mala voluntad del Gobierno Federal hacia todo lo que atañe a la hermosamente inútil muchachada de PRO.


Digamos, para ser honestos, que desde el primer día de la primera gestión macrista, el kirchenerismo (con Néstor en vida) se empeñó en hacerle las cosas difíciles al tan malquerido Jefe de Gobierno.

Pruebas al canto: el 9 de diciembre de 2007 fue el último día que circularon los "trenes blancos" que de 2001 a esa fecha trasladaban a los (entonces) cientos de cartoneros de la Ciudad a los confines del conurbano en el que residían. La consecuencia fue casi automática: los laburantes informales de la basura porteña quedaron "anclados en Baires", con los alcances que ello supuso: asentamientos (más o menos precarios) a lo largo de toda la Ciudad.

Un presente griego demasiado jodido, propio trato que el núcleo duro del kirchnerismo tributa a quienes no son de su palo: a Macri se lo atendió, mal, desde el primer día.

¿Qué hizo el líder de PRO, con ese gesto hostil? Subir la apuesta, nunca como ahora, sobre lo que volveremos, más allá de cierto acercamiento más o menos triste que arriesgó, recuerdo un bandoneón que le regaló a la Presidenta en una de las contadas audiencias que Cristina le concedió, antes de enterarse de que reunirse con Macri era (sino un ejercicio masoquista) una inútil pérdida de tiempo.

Lo concreto es que en este tiempo en el que Macri y su asesor ecuatoriano, saben que CFK no puede (ni irá, se vaticina desde aquí) por una reelección que le haría forzar una reelección que la Constitución no admite, sube la apuesta, del modo más funesto: juega con el miedo.

Y eso es perder toda compostura, todo fair play por mínimo que sea. Porque, como se dijo, juega con el miedo de quienes viajan en subte a padecer un accidente como el de febrero en el Sarmiento.

Accidente (sólo diremos esto) del que muy poco se sabe, menos tampoco se conoce de los descarrilamientos en el Mitre de hace unas semanas que pueden responder a deficiencias en un área gubernamental que desde mayo de 2003 hace agua, pero que invita a especulaciones que (de cultivar el desprecio de PRO a la comunidad) el Gobierno Federal podría echar a rodar.

Leo, en esas redes sociales en las que uno pierde el tiempo lastimosamente, la reflexión de uno de los voceros privilegiados del Jefe de Gobierno en los medios, el inefable autor de Combustible espiritual (o como se llame ese compendio de imbecilidades) Aarón Ari Paluch, que interpreta este conflicto como un castigo de la Presidenta al voto de los porteños en las elecciones de julio pasado.

Discrepamos, desde que este conflicto responde, en buena medida, al desafio de Macri a la Presidenta quien (no sólo por sus falencias personales, sino especialmente por su nimiedad institucional) no está en condiciones de hacer.

Había que ver ayer el fastidio del Ministro del Interior y Transporte en 678, cuando se le preguntaba sobre el conflicto de los subtes, en especial cuando se le instaba a que el Gobierno Federal se haga cargo de resolver el conflicto, a lo que Randazzo (maldisimulando las ganas de cagarlo a trompadas a Macri) negaba esa alternativa, con criterio irreprochable, desde que no tiene por qué la Administación de todo un país resolver la ineptitud de quien la gobierna por mandato de quienes, al votarlo, sabían que era un inservible, razonamiento que no hizo entonces Florencio, pero que me permito traducir.

Ante esa sensata negativa, se le inquiría sobre qué se haría si (en la precisa metáfora del Lucho Galende) Macri seguía levantando los hombritos ante este problema grave que afecta a toda la región metropolitana.

Y Randazzo seguía sin saber qué contestar, no obstante pensara en las dos alternativas que existen:

1) Disponer la intervención federal. Tendría que ser pedida por algún funcionario del Estado de la Ciudad Autónoma -por fuera del Gobierno comunal, claro está- y tendría poca (ninguna, tal vez, más allá de PRO) resistencia en el Congreso. Aunque le daría pasto a la argumentación del estilo chavista de esta gestión, con la que vienen machacando Macri y su cohorte de inservibles desde el inicio del conflicto a esta parte.

Medida que se justificaría, creemos desde acá, como se justificaría en el caso de que algún gobernador opositor (el santafesino Bonfatti, el cordobés De la Sota, por caso) decidiera impedir la circulación de ómnibus o camiones por las rutas que atraviesan esos distritos, porque se corre el riesgo de que muera gente por la peligrosidad de las rutas argentinas; exigiendo, para levantar la medida, la transferencia del tesoro nacional a sus provincias de 14 mil millones de pesos (N.: me disculpo por el razonamiento, pero debo esforzarme en ponerme a la altura de Macri y esa hermosa cohorte de inservibles).

2) Dar urgente intervención a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, para que se pronuncie (en el marco de su competencia originaria) en los términos del conflicto dado entre la Nación y una provincia, considerada así la Ciudad Autónoma, instando a una urgente resolución de parte de ese Cuerpo Colegiado.

Coincidimos con el inefable autor de Combustible espiritual (o como se llame ese compendio de imbecilidades) Aarón Ari Paluch en que todo este conflicto en un castigo para los porteños.

Sólo que el castigo se llama Mauricio Macri y los porteños, lo supimos conseguir.

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