miércoles, 15 de agosto de 2012

Mariú como posibilidad.

Monopoliza la preocupación de este espacio austero de opinión, la delicada situación política e institucional que viene atravesando la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a partir del evidente desafío del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (reelecto hace poco más de un año con cerca del 65 % de los votos) al Gobierno Federal; cuya escalada debería concluir (tal vez) con la intervención federal al distrito, última de las alternativas deseadas por unos y por otros.

No obstante quien anima este espacio austero de opinión no opina bien de ninguno de los colaboradores de Mauricio Macri (de la mayoría, opina pésimo, problema que sólo es de este otario que escribe) viene cayendo en la cuenta de que Macri es todos los  problemas que vienen presentándose.

Por su desinterés en todo lo que exceda a la banalidad (basta con repasar la cuantiosas tapas que el multimedio La Nación le ha dedicado a él, a su esposa -segunda o tercera, desconocemos- y a la hija que engendró con la ancianidad cercana, a través de la inefable y abyecta revista Hola de Argentina) y su rechazo compulsivo a la responsabilidad y al trabajo, nos azota a los porteños con una gestión cuanto menos abominable, no obstante recibamos sus alcances con júbilo masoquista y declamado respeto a cierto republicanismo federal mal aprendido y peor digerido.

Para ser breve: nada mejorará con Macri al frente del Ejecutivo de la Ciudad; digamos que empeorará, al calor de sus deseos de que todo esto termine pronto (aunque su obrar no ayude) y apele a la victimización permanente que por absurda es patética.

Como cuando refiere que "Si me bajo de 2015, se arregla todo" (http://www.lanacion.com.ar/1499445-macri-si-me-bajo-de-2015-se-arregla-todo), como si tuviera alguna chance de pelear seriamente por la Presidencia de la Nación.

Por estos lares creemos que "todo se arregla" (o mucho se desarreglaría) si Macri deja de ser Jefe de Gobierno.

Si se convence que lo suyo (además de dedicarle más horas a Antonita, como confesó el domingo pasado a los reporteros del diario La Nación) es la Presidencia de la Nación, la de Boca o la de Chacarita Juniors, nos habremos sacado de encima el principal obstáculo que hoy se opone a toda posible normalidad del día a día porteño.

Como dijimos que lo peor sería que ese fin llegue de la mano del Gobierno Federal, y en el respeto al voto (aunque lo cuestionemos) de millones de porteños, desde aquí arriesgamos que una gestión de María Eugenia Mariú Vidal (a la sazón Vicejefa y ungida con tantos votos como su inepto compañero de fórmula) haría de Buenos Aires un lugar menos peor.

No lo decimos porque queramos a Vidal  (apenas si se le respeta), no nos gusta el cinismo con el que repite sonsonetes dictados por la Fundación Sofía, pocas dirigentes están más lejos del perfil que uno quisiera como su gobernante, desde su trayectoria (¿?), sus ideas, sus aliados, sus métodos.

Le reconocemos, en cambio, su legitimidad de origen  y destacamos su género -no sería para nada menor su condición femenina para reconstruir cierto vínculo institucional con el Poder Ejecutivo Nacional-, sin dejar de pensar en sus ambiciones, que nos hacen suponer que se esmeraría en transitar el sendero de la sensatez política, en que las cosas no se harían tan mal con ella como Jefa de Gobierno.

Verdad de Perogrullo, desde que nadie -salvo que se trate de un prodigio- podría hacer las cosas peor (deliberadamente hechas) que el inútil que preside la gozosamente sufriente Ciudad Autónoma.

Así estamos, aferrados a Mariú como posibilidad .

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