lunes, 1 de junio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 73.

Querido diario.

Escribí que iría cerrando el asunto del trato deparado a los indios a partir de las primeras expediciones a la Patagonia, cuando Roca, ministro de Guerra y Marina de Nicolás Avellaneda, decidió cambiar la estrategia defensiva de su antecesor Alsina y pasar al ataque, pero todavía, me quedan cosas por escribir.

Tenemos una idea respecto  del consenso existente entonces sobre la necesidad de esa campaña y el alborozo general ante sus resultados. Las pocas voces disidentes que existieron, las anotamos: alguna crónica periodística y en especial, los reportes de muchos representantes de la Iglesia Católica, que protestaron por las suerte de los indígenas todos, incluidos los araucanos.

Detalle para nada menor, el de "araucano" querido diario. Nuestro conocido Zeballos subraya esa procedencia en el título del libro que tanto repasamos.

La cuestión es central (lo era al menos para casi todos los involucrados en el asunto) dado que el origen étnico de Calfucurá era, en efecto, araucano por tal chileno: "era originario de la Araucanía. Se estableció a partir de 1835 en las pampas argentinas y creó la confederación de pueblos indígenas con base en las Salinas Grandes. Su dominio abarcó un extenso territorio que comprendía parte de las actuales provincias de Buenos Aires, Neuquén, La Pampa, San Luis y el sur de Mendoza. Sus hombres, jinetes y guerreros, habitaron una región templada para llevar abrigados quillangos".  

Distinto era el caso de otras etnias, en especial, la enemiga (y vencida) de los araucanos-mapuches: los tehuelches, tal como los identificaban, precisamente, sus enconados enemigos del norte de la Patagonia. Los aonikenk (en su propia lengua); los patagones (según la denominación de las autoridades coloniales) no tuvieron con el cristiano la relación conflictiva de otras etnias.

Tan distinta era que Bartolomé Mitre en 1865, por consejo del marino Luis Piedrabuena, en tributo a la asistencia que le había prestado, nombró al cacique Casimiro Biguá teniente coronel del Ejército Argentino. En contraprestación, Biguá y otros cinco caciques izaron la bandera argentina en una toldería ubicada en la actual localidad de José de San Martín, provincia del Chubut, en noviembre de 1869.

Estragado por el alcohol, Casimiro fallecería en 1874 en San Gregorio, sobre el Estrecho de Magallanes.

Otro cacique Órkeke, igualmente amigable hacia los blancos (y no sólo criollos, ya que los colonos galeses instalados en el valle del río Chubut, lo recordarán siempre con afecto y gratitud) entre junio y agosto de 1883 será protagonista de un evento que quiero compartir en tus páginas, querido diario.

Osvaldo Mondelo en el bellamente ilustrado y patéticamente titulado libro Tehuelches. Danza con fotos, publicado en El Calafate en 2012, con el auspicio de la Presidencia de la Nación relata que: "el 19 de junio de 1883 el pacífico cacique Órkeke con niños, mujeres y hombres de su comunidad son tomados prisioneros en las cercanías de las Salinas, próximo a Puerto Deseado por tropas del Ejército argentino [...]. Diez días después, son embarcados a la fuerza en el vapor Villarino de la Armada Nacional y alojados en los cuarteles militares de Retiro, en la ciudad de Buenos Aires. En el muelle de La Boca, la gente mira a los tehuelches 'como su fueran salvajes', ansiosa espera para repartirse los niños 'y las chinas'".

El ejercicio de reparto de indios, sobre el cual algo se ha escrito en tus páginas, querido diario, venía siendo observado, cada vez con más agudeza por los canales menos esperados. Por ejemplo, el diario "La Nación" que el 12 de junio de ese año había publicado esta contundente nota editorial:

"El martes por la mañana, minutos después de fondear en el Riachuelo el vapor Villarino, el muelle de la Boca convirtióse en algo así como uno de los mercados de esclavos que existen en África. El Villarino traía desde Patagones más de 150 indios grandes y chicos, que para ser entregados a la vida civilizada debían ser distribuidos entre las personas que los solicitaran. Desde temprano, las personas que contaban con cartas de recomendación para el defensor de menores se encontraban estacionadas en el muelle. Llegó el vapor y los indios fueron bajados a tierra, empezado el acto continuó el reparto. Éste se hizo a elegir; tal sucede en las estancias cuando se compra hacienda al corte. En cambio de esas infelices criaturas, no se daban como en el centro de África pólvora de caza, collares de vidrio o pañuelos de colores abigarrados, sino con simples cartas de recomendación" (Valko, cit., p. 118).

Se daba intervención, por lo visto, el defensor Granel, a quien se presentaban cartas de recomendación para su mejor y más completa decisión. No descarto, querido diario, como materia pendiente a realizar una vez terminada esta eterna y oprobiosa cuarentena, realizar una compulsa de los expedientes judiciales en los que intervino Granel, si es que el defensor consideró indispensable formalizar tales trámites.

La categórica nota editorial de "La Nación" estaba siendo acompañada de otras voces disconformes, indignadas o meramente preocupadas por la temática. La captura de la tribu de Órkeke por decisión del gobernador Lorenzo Winter en junio de 1883 en las inmediaciones de Puerto Deseado levantaría más polvareda aún.

De hecho, se escuchó la voz menos esperada en defensa de los indios: la de Estanislao Zeballos: "¿Cómo justificar a ese acto cruel e ilegítimo de persecución a hombres que nunca nos hicieron daño?", se preguntaba por intermedio de la edición del diario "La Prensa" del 31/7/1883.

No estaba solo Zeballos. La misma tesitura tuvieron Luis Piedrabuena y el comandante del "Villariño" que había transportado durante 10 días en la bodega al cacique y su "chusma" al puerto de Buenos Aires, Federico Spurr.

A poco de arribar el "Villarino" a Buenos Aires, se advirtió el error del gobernador militar Winter. El ministro de Guerra Victorica le había encomendado la captura de Incayal, cacique tehuelche aliado a Sayhueque, a cargo del gobierno indio del "país de las manzanas" en el valle del río Negro, suponiendo que aquel se encontraba instalado en las inmediaciones de Puerto Deseado.

Lo explica mejor, desde "La Prensa" nuestro tan convocado Estanislao Zeballos: "Como era de esperarse, ha causado en el público la más desagradable impresión el conocimiento de los pormenores de la injustificable prisión de los tehuelches y el despojo de sus bienes. En la mente del Gobierno no fue asaltar tolderías amigas, ni menos traer a sus moradores aquí. Se habían recibido avisos de la posibilidad que grupos dispersos de las indiadas de Inakayal y Sayhueque amagaran a subdelegaciones del Sud, y para evitar un golpe probable, se destacó una fuerza que las persiguiese y tomase concentrándolas en Patagones. Se anunció también que los caciques Inakayal y Sayhueque  deseaban someterse, y el envío de dicha fuerza tuvo por misión tratar con ellos y ajustar su sometimiento. En consecuencia se ha entendido mal las cosas de haber aprisionado una tribu mansa que no pertenece a la gente de aquellos caciques guerreros despojándolas de sus haciendas sin motivo alguno que lo justifique. Se debe borrar la iniquidad cometida con gentes infelices que jamás han molestado a nadie, y si más bien, beneficiado a los cristianos que han vivido entre ellos. El decoro del Gobierno no puede montar sus tropas en caballos usurpados a pacíficos moradores de la tierra argentina"

Sabían los hombres del "Gobierno" que Zeballos no era un blando en cuanto al tratamiento de los salvajes, incluso, después de muertos. Por ello, puesta a la luz la chambonada de Winter, por la prédica airada del desenterrador de cadáveres araucanos, a quien se suma el presidente de la Sociedad Geográfica Argentina, Ramón Lista, se decide un cambio de estatus a quienes habían llegado a Buenos Aires, todavía alojados en la bodega del "Villarino".

De hecho, Lista se presentó en la nave: "reconocido en el acto por Órkeke, entablándose entre ambos una larga conversación en español. La navegación de 860 millas que median entre el Chubut y Buenos Aires fuéles a los indios, a causa del mal tiempo, bastante molesta. Notini [tripulante de la nave] nos contaba con pesar que ninguno había podido retener lo que comían. Hoy todos se encuentran bastante bien, chocándoles solamente que se agrupen tantas personas en los muelles como su fueran salvajes. Felizmente, los que ayer fueron al Villarino, el comandante Spurr obsequióles con un excelente almuerzo que disipó al triste impresión causada por la visita de aquellos infelices indios, arrancados a sus lares no saben todavía con que´motivo o con qué justicia", reseña "La Nación" en su crónica del 1°/8/1883.



Seguían en la bodega Órkeke y los suyos, así descriptos por el cronista: "encima de la ropa mugrienta o la carne viva, llevan inmensos quillangos, inmundos, vuelto el pelo hacia adentro y la cabeza atada con vinchas groseras. Despiden sus cuerpos, en cuya piel apenas deja libre la mugre que los cubre, diminutos espacios, olores tan acres que tapándose las narices y la boca con el pañuelo empapado en agua de colonia, era todavía difícil permanecer más de cinco minutos en la bodega del Villarino en que vienen respectivamente acondicionados hombres y mujeres" (Valko, cit., p. 132).

Presto a enmendar el error del precipitado gobernador Winter, el presidente Roca declara a Órkeke y a su comitiva (chusma, así denominada por la prensa de ese tiempo) "huéspedes".

Fueron, además, oficialmente agasajados: "vistan el zoológico, la curia, el teatro 'La Alegría', el café 'París' y la Casa de Gobierno" (Mondelo, cit.).

Marcelo Valko, le consagra unas cuantas páginas a la estadía de Órkeke y los suyos a la capital de la República Argentina.

Anota que, una vez alojados en el cuartel 1° de Artillería y contra las advertencias y malos agüeros de la machi Valeska, Órkeke y su cohorte aceptaron las invitaciones que el gobierno les dispensó, con Ramón Lista como cicerone.

El 3 de agosto, harían un recorrida en carruaje por el barrio de Palermo, visita al Jardín Zoológico incluida, a fin de advertir las reacciones del visitante y de su esposa ante la presencia de animales que veían por primera vez. El cacique, quedó vivamente impresionado con la avestruz africana (que comparó con su pariente, el pequeño ñandú) y con los monos, especialmente con el gorila, cuyas contorsiones y morisquetas imitó para alborozo de Lista.

Al final del día llegó el plato fuerte; el desagravio a cargo del mismísimo general Roca. Destaca Valko que: "es la primera vez que se digna a recibir como presidente a un cacique de cierto renombre, y [diferencia de Mondelo anota que], si bien acepta hacerlo, considera un honor innecesario encontrarse en la Casa de Gobierno con un sujeto de escasa relevancia militar, por eso al atardecer, cuando ya está de regreso en su hogar ubicado en San Martín 555, Ramón Lista conduce hasta allí al tehuelche".

El diario "La Patria Argentina" en su edición del 4 de agosto, realizó una breve crónica de ese encuentro, dando cuenta que Roca: "lo agasajó regalándole cigarros habanos y $ 500, reiterándole todo lo que se les ha prometido, esto es, la devolución de sus pertenencias, caballos, etc." y anticipa que el martes siguiente: "a pedido de la Sociedad Geográfica Argentina, la empresa del teatro De la Alegría dará una notable función cuyo producto se partirá entre los mismo indios que asistirán todos en cooperación. Se dará Mefistófeles que despertará gran novedad en los indios".

Hay que reconocer la sofisticación de estos muchachos para la maldad. Someter a un cacique tehuelche y su tribu, que por primera vez asistía a un evento artístico la ópera Mefistófeles de Arrigo Boito: cuatro actos, con prólogo y epílogo, es un acto de sofisticada crueldad.

La crónica de "La Patria Argentina" detalla las aristas de la velada: "Anoche ha sido un verdadero acontecimiento la presencia del cacique Orkeke y los tehuelches que lo acompañaron en el teatro de la Alegría. La función era a beneficio de la Sociedad Geográfica Argentina. A los indios se les había reservado las tertulias altas ocupadas únicamente por ellos, pues en cada una de las puertas se había colocado un vigilante para que nadie entrara a molestarlos".

Cuánto cinismo, demasiado.

Sigamos: "El cacique Orkeke y su cara mitad se distinguieron de los demás indios por una vincha punzó que tenían en la frente. Los concurrentes miraban más a los indios que a la escena mientras que ellos con sus caras serias observaban todo sorprendidos a lo que asaba a su alrededor. En el intermedio del 2° al 3° acto, Orkeke y su compañera aparecieron en escena en la que habían dispuesto una mesa llena de objetos que les fueron entregados en presencia del público. Los regalos constituían en ponchos, medias, confituras, cigarrillos, etc. Mientras se les hacía la distribución, una india entonaba un canto monótono e inarmónico que habla muy poco en pro de las facultades musicales de los tehuelches".

Cierra la crónica del 8 de agosto: "con esto quedó satisfecha la curiosidad del público, pues los indios fueron sacados del teatro y conducidos a sus alojamientos continuando la función".

El diario "La Tribuna Nacional" de la misma fecha, subraya las 1.400 entradas vendidas, calificando al evento de "suceso extraordinario". Uno de los concurrentes, el fotógrafo Carlos Spegazzini reflexiona sobre el canto de los indios, comparándolo con: "el ruido de las ranas en los bañados de Europa cuando está por llover". Atenti, querido diario, europeas las ranas.   

Luego de una visita al circo "Humberto I", cuando fue la principal atracción, llegó el banquete de "12 cubiertos" en el "Café París". La crónica de "La Nación" del 11 de agosto, no deja pasar el menor detalle: "Vestía Orkeke pantalón de casimir oscuro, saco del mismo color y sobre él un poncho de paño. Cuando, a las 6 y 10 p.m., se dió la señal de sentarse a la mesa se despojó con toda sans facon del poncho y del saco, quedando cubierto su cuerpo únicamente con una camisa a cuadros. La camisa desprendida dejaba ver el pecho tostado del indio. Alrededor de su cuello, se veía una cinta colorada, y una vincha negra sujetaba sus largos cabellos grises, si cabellos pueden llamarse los pelos gruesos y duros que pueblan su enorme cabeza [durante la cena] demostró ser un gastrónomo de primera fuerza. El contenido de cada plato desaparecía en su estómago con una velocidad pasmosa, sin que en su rostro se advirtiera la menor impresión". 

A los postres, el visitante brindó: "si bien haciendo caso omiso de todas las reglas de la etiqueta. Sus palabras se redujeron a asegurar, a su manera, que era amigo, añadiendo que no peleaba por no exponerse a morir, y muriendo todo concluye" (Valko, cit., p. 158).

Se lo invitó a una pista de Skating, proponiéndose el empresario, forzarlo al cacique a que patinase, aún contra su voluntad: "Orkeke. Esta noche asistirá a Skating Rink con motivo de la fiesta que se celebra a beneficio del Panteón para las familias de los tipógrafos. La función pues, será completa, pues hoy no hay fiesta sin Orkeke", publicita "El Nacional" del 13 de agosto.

Hasta la revista "El Mosquito" se haría eco de la ilustre visita, publicando la ilustración que muerta al "indio del sur", visitando al "indio del norte", el canciller y futuro presidente, Victorino de la Plaza, nacido en Cachi, provincia de Salta, de marcados rasgos kollas.



Todo terminaría pronto. Por esos días fallecía en el sur su amigo Luis Piedrabuena quien, coincidimos con Valko, le habría ahorrado una cuantas humillaciones infligidas al cacique puro y bueno, para solaz de tanto manfloro holgazán.

Poco tiempo después, fallecía Órkeke.

Días antes, Valeska, la micha de la tribu había muerto de una bronquitis complicada, la seguirían tres niños de la tribu y unos días más tarde, el Órkeke.

"El gallardo cacique cuya estatura colosal llamaba la atención cuando acompañando a sus súbditos se exhibía en nuestros teatros ya no existe. Próximo a regresar a su querida Patagonia se sintió atacado de una bronquitis que fue agravándose, se convirtió en neumonía, afección que los llevó a la tumba. Con cuánta razón pensaba el pobre Orkeke que la muerte de su adivina Waleska era de mal agüero. La superstición tan común en los individuos de su raza tuvo esta vez en él el alcance de la mirada profética. Según se nos dice, el Gobierno Nacional expedirá hoy una resolución para que el cadáver del cacique sea sepultado en un nicho a fin de que su esqueleto pueda conservarse en alguno de nuestros museos como ejemplar de una raza que se extingue", informaba "La Patria Argentina" en su edición del 13 de septiembre de 1883.

Al día siguiente (14/9/83), el diario "La Nación" publicó una columna titulada: "Orkeke disecado".

"Ante ayer a la tarde, después de las 3, la viuda de Orkeke con su hija, dos indias y un indio lenguaraz, fueron al Hospital Militar a ver el cadáver. La viuda, calzada con botas de potro y envuelta en una sábana blanca, bastante sucia, permaneció impávida ante el cadáver, sin hablar, sin derramar una lágrima, en la más absoluta inmovilidad fisonómica. La hija del difunto lloró al ver a su padre muerto, y una de las dos indias que acompañaban a la viuda, que también lloraron, colocó repetidas veces su mano sobre la cabeza del difunto y enseguida sobre la hija de éste, golpéándose luego el pecho. Orkeke estaba ya encajonado en su ataúd de caoba, cuando la viuda fue a ver el cadáver, que debió ser inhumado ayer; pero una orden superior, dado no sabemos por quien, hizo suspender la inhumación, y el cadáver fue disecado ayer a las 12 por los practicantes del Hospital Militar para conservar íntegro el esqueleto. cuyo final destino aun no se conoce. Los estudiantes dicen en su pintoresco lenguaje de anfiteatro que será un lindo esqueleto y han tenido al satisfacción de que la autopsia confirme el diagnóstico es decir, que la inspección del pulmón  ha corroborado la clasificación de neumonía dada a la enfermedad que ha originado la muerte del cacique".

Como a tantos indios, el no estar inmunizados de los virus propios del hombre blanco, lo hizo sucumbir.

La humedad y el frío de agosto en Buenos Aires, hicieron el resto.

Su esqueleto disecado iría al Museo de La Plata, a una vitrina cercana a la que exhibía el de Calfucurá.

Demasiada ingratitud, la de la élite de Buenos Aires, con quien los había entretenido tanto durante su fulgurante estrellato de un par de semanas, aún sin haber sido del todo consciente del rol que jugaba en medio de tanto imbécil sin  remedio.

Cuyas últimas palabras fueron "si me muero ¿qué dirá el Gobierno?"


2 comentarios:

  1. Cuanta imbecilidad. Cuanta crueldad. Que cuadros espantosos pueden componer la frivolidad narcisista y el afán cientificista de unos pobres imbéciles.

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  2. Apreciado amigo:

    Perdón por la demora en la respuesta. Justifico y comparto la indignación, sobre la cual me explayo en la entrada siguiente mediante una comparación que espero la encuentre lograda.

    En efecto, comparto la apreciación de la óptica pretensamente cientificista en la observación/humillación realizada sobre Órkeke. En la entrada de hoy cuento cosas más tristes todavía.

    Abrazo y gracias por el acompañamiento.

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