sábado, 30 de enero de 2010

Deben ser los gorilas, deben ser. (Tercera parte).


En un contacto privado a raíz de las reflexiones que dejo caer acerca de los papeles privados de Bioy Casares, un querido amigo me consultó respecto del valor que consideraba, tenía Borges como escritor.

No obstante carezca de autoridad para ello considero su calidad indiscutible: es un placer para mí leer buena parte de sus trabajos.

Hay un cuidado, una delectación estilística que da gusto disfrutar y desaconsejo perderse a ese Borges.

También he leído a Bioy Casares y me ha gustado muchísimo: “El sueño de los héroes”, una novela de un vuelo y una impronta exquisitos.

Ahora, como ciudadanos de este país, Borges y Bioy fueron execrables. Fueron malos ciudadanos: arrogantes, discriminadores, racistas, reaccionarios no pocas veces. Celebraron dictaduras, proscripciones, fusilamientos.

Tal vez ello impregne sus obras, reitero, no soy yo quién para juzgar ello, aunque me paladeo que sí.

Lo que me propongo con este trabajo en buena medida profanatorio (exhumamos papeles privados de una persona que ya no está, con incontables juicios de otro, igualmente muerto) es echar luz sobre esa pulsión nacional que es el antiperonismo.

Ninguno de los dos eran personalidades con algún vuelo político que admita un análisis riguroso de la empresa que encaro, pero en el desvergonzado antiperonismo que se lee en esos diarios, asoman exponentes actuales de esa pasión vigente.

Pasaron más de cincuenta años, pero el odio, o los argumentos de ese odio, siguen pareciéndose demasiado.

No creo que haga falta aclarar que la crítica que realizo hacia los antiperonistas de este pelaje no supone, como contrapartida, una reivindicación sin más al peronismo, cuyos desvíos y miserias en buena medida explican esta expresión bastarda, constituida desde la reacción a aquélla.

Sí censuro con vehemencia, el desprecio al pueblo peronista y el tono en el que se manifiesta ese desprecio, que como trataré de desarrollar en esta entrada no se dirigía sólo al pueblo peronista, sino al pueblo a secas, se enrolase en una u otra expresión popular.

Puesto que el repaso del bodoque “Borges” desde el año 1958 si bien conserva y acentúa su rechazo sin más al peronismo y a la figura de Perón, desde el advenimiento de los radicales Frondizi e Illia, decide un desencanto general con la democracia de partidos y con pareja vehemencia, alcanza en su desprecio, a los radicales.

Ante todo, Bioy y Borges, son militantes de la “Revolución Libertadora” a la que, como veremos, ubican en el sitial de los grandes acontecimientos nacionales.

Con esa experiencia en retirada, se espantan ante la avanzada de los radicales, escribe Bioy:

Martes, 3 de diciembre (1957): Con Silvina, vamos a la Facultad de Derecho, donde Borges recibe el Premio Nacional de Literatura. El ministro, un tal Acdeel Salas, en discurso absurdo y cursi, ataca a los militares, Borges comenta: ‘Esta gente, Aramburu y Rojas, son tan buenas personas que todos se creen en la obligación de llevarlos por delante. Qué falta de gratitud, qué mezquindad’. En su propio discurso dice que los escritores deben ser dignos de la Revolución y que ‘este día es una reverberación de aquella tarde de septiembre que sin ignominia, porque un dictador había huido, pudimos volver a pronunciar la palabra Patria’” (pág. 400).


Al iniciarse el año 1958, leemos las reflexiones de loa amigos sobre el “Caracazo”, movimiento popular contra la dictadura venezolana de Pérez Jiménez, quien entonces daba refugio a Perón cuyos amigos, puestos a ser francos, eran impeorables (Stroessner, Somoza, Pérez Jiménez, Trujillo).

Consigna Bioy: “Miércoles, 1º de enero. Come en casa Borges. Le digo la noticia que acabo de oír por radio: estalló una revolución en Venezuela contra Pérez Jiménez, protector y amigo de Perón. ‘Viva la Patria’, exclama Borges. Después de comer, nos reunimos alrededor del aparato de radio, avaro de noticias, pródigo de música sentimental y de avisos. Oímos la noticia de un accidente de un avión, seguida del aviso: ‘crocantitas, las Criollitas’. Borges: ‘qué época esta: la muerte viene en galletitas… El comunismo podía haber concluido con todo esto; lo fomentó con entusiasmo’. Sobre la revolución: ‘llevamos todas las de ganar. Si nos va bien, espléndido; si no, pobres hermanos venezolanos, de todos modos se habrá dado un golpe contra la tiranía. Pero yo creo que nos irá bien (en broma). Al fin y al cabo, tenemos buenos antecedentes. ¿No ganamos la guerra europea? ¿No derrotamos a Hitler? ¿No echamos a Perón? Decir esto es bastante absurdo, pero uno siente que es un poco así. De nuevo estamos balconeando la épica) no sería un título muy estimulante para un libro de memorias). Pero el lugar de los escritores no tiene por qué ser debajo de la cama como el de los beligerantes’. Sigue en la radio una audición de música. Cuando los locutores se despiden, Borges comenta: ‘bueno parece que ahora se claman… Poné un tango que nos dé valor. Que nos ayude a ganar la revolución en Venezuela (...) Bioy: ‘Qué triste si Perón, en Caracas, está bailando solo este mismo tango, para celebrar el triunfo del gobierno. Borges: ‘sería agradable que huyera en un barco con Borlenghi, Kelly, Jorge Antonio, Cooke, Pérez Jiménez y que los revolucionarios volaran el barco’. Bioy: ‘O que le pegaran un tiro en el culo’. Borges: ‘en su órgano vital’” (págs. 414/5).

La siguiente cita que destaco es la de la noche del triunfo electoral de Arturo Frondizi, punto de inflexión para ambos, que viven como una calamidad.

Domingo, 23 de febrero: En Buenos Aires. Por la noche, voy a buscar a Borges. Bajo del automóvil a llamarlo por teléfono, cerca de su casa, para avisarle que he llegado. La radio de otro automóvil, en la calle Maipú, da dos cifras provisorias, con cien mil votos de diferencia, a favor de Frondizi. Estoy en ‘tercera persona’, como dice Borges: como afiebrado, aunque sin fiebre. Trato de consolarme (…) Cuando me atiende Borges le digo: ‘aquí te espero. Deshecho’. Nos sentimos muy tristes. En casa, mientras orinamos, hablamos de las elecciones. Bioy: ‘Esto no quiero decirlo dos veces, pero el resultado es una derrota intelectual para el gobierno. Ellos quedarán como personas muy nobles, pero la Revolución se va al diablo. Borges: ‘no hay nada peor que el que hace el beau rôle (juego limpio). Para quedar bien, él deja caer a los que lo sostienen. Es un traidor. Comenta muchas veces, risueñamente, que éste es un gran triunfo de la democracia: ‘¿qué harán los gorilas? Espero que no se impresionen ellos también por el bizantinismo de que el pueblo dio su opinión’. En un momento, riéndose, dice: ‘Frondizi está frito. Le pasó lo peor que podía pasarle, ganó. Porque ganó, van a echarlo’” (págs. 420/1).

La tenía bastante clara Borges, hay que admitirlo, aunque en verdad propongo este paréntesis para anticipar la solidaridad que ambos tributan al candidato que apoyaron, derrotado en esa oportunidad: Ricardo Balbín. Quien era auspiciado como la propuesta “continuista” la “Libertadora”, lo que resultaba redundante siendo que la Unión Cívica Radical del Pueblo (partido que presidía) integraba el gobierno militar, con varios ministros de esa extracción, por todos, el de la cartera de Interior, a cargo del control de esa elección, don Carlos Alconada Aramburú.

Ricardo Balbín. A poco de asumido el gobierno de Frondizi lo combatirá con pasión, esto es, conspirará por su derrocamiento. Hará poco más adelante por Arturo Illia, auspiciando una vez más, la integración de un hombre de su confianza en el Ministerio del Interior de una de las propuestas del gobierno militar que sucedería al golpe contra la experiencia de Illia. Más adelante será un apreciado interlocutor de la última dictadura militar, con personas de su confianza en el gobierno de Videla.

Eso sí, don Ricardo emocionó al país con el discurso en los funerales de Perón, cuando dijo aquello de: “este viejo adversario, despide a un amigo”. Y le hicieron una estatua a metros del lugar donde pronunció ese discurso de 1974 que hizo llorar al país.

Supo hacer entre tanto, una Unión Cívica Radical que servía de trinchera para el antiperonismo más duro, en cuyo seno, debe decirse, militó gente progresista y honorable, pero la mácula antipopular del radicalismo de Balbín será, a mi juicio indeleble. Que unos tantos hoy, quieren reeditar.

Sigamos con la transcripción.

Bioy: ‘Deberíamos abrir un comité por la candidatura de Balbín. Nada está más muerto que un candidato derrotado. Pasa rápidamente de ser un protagonista a ser nadie… Deberíamos mandar tarjetas a Balbín’. Borges: ‘ya pensé, pero nunca me ha visto’. Bioy: ‘pero lo entenderá como un gesto de amistad. No podrá creer que uno lo hace con intención de conseguir algo…’. Borges: ‘un rasgo típico de los argentinos es el de admirar a un político porque es vivo, porque dice cosas para engañar a la gente. Están convencidos de que así engaña a los otros, no a ellos. Creen que están en el secreto de ese cuento del tío para los otros. Al admirar al político, al votarlo demuestran que el cuento del tío estaba dirigido contra ellos y que los engañó’. Bioy: ‘estamos en los confines de una época feliz, casi al borde de una de calamidades. No creemos en esta última, aunque ya es casi más real que la concluida, que la efímera, que aún pisamos’. Borges: ‘ayer, semidormido, miraba el bastón y el ventilador comprados después de la Revolución y me preguntaba cómo podía tener esos objetos de una época futura, ya que ahora estábamos otra vez en el peronismo, en el pasado’”. (págs. 421/2).

No caben dudas de que tenían estilo los muchachos, incluso para lamentarse de la surte que corrían: la “Revolución” como presente-futuro de un futuro inminente que era a su vez, la vuelta al pasado.

Sin embargo, a poco de andar el gobierno de Frondizi advirtieron, como todo el mundo, que no regresaba el peronismo, temor arraigado en ellos ante los acuerdos que el presidente electo tramara con Perón en el exilio. No obstante la traición de Frondizi a ese acuerdo, el odio hacia él y su gobierno serán constantes en ambos.

Tenía sus opiniones Borges, pero no era sonso. Buscó mil artilugios para no renunciar a la Dirección de la Biblioteca Nacional, aún cuando viviera el oprobio de ser funcionario de un gobierno que deploraba, en la expectativa de que más pronto que tarde, los militares echarían a Frondizi o barajase una opción temible: la vuelta revolucionaria de Perón.

Leemos de la cita correspondiente al 6 de mayo de 1958: “Borges: ‘Frondizi está en la Casa Rosada. ¿Qué se podía esperar con Aramburu y con Rojas, perfectos caballeros, en el poder? Me pregunto si Frondizi habrá descubierto que él no sirve para político y si se habrá vendido a Perón’. Bioy: ‘no creo en esa hipótesis; me parece más probable que busque, por afinidad, a los peronistas, con la esperanza de conquistarlos. Por cierto, ese camino lo lleva directamente al momento en que Perón lo sacará a puntapiés’. Borges: ‘qué raro si se cumple la profecía, si vuelve Perón, si corren ríos de sangre, si Perón muere en la horca’” (pág. 432).

A ocho días de la asunción de Frondizi, escribe Bioy.

Viernes, 9 de mayo. La gente, que la semana pasada era unánimemente optimista, se pregunta cuántos meses durará Frondizi. Borges: ‘se habla de reencuentro de los argentinos, de paz. ¿Qué quieren los peronistas? Pasar a todo el mundo a cuchillo. Se dice: ‘¿Por qué no permitir manifestaciones peronistas?’ No son manifestaciones: son barras de forajidos que asolan la ciudad. No tratan de entusiasmar, no buscan la adhesión de nadie: insultan y atacan. Aunque fuera muy duro y muy injusto con nosotros, tal vez lo que pudo hacer Frondizi –y lo que podría ser al fin y al cabo la única solución para la República- es pedir sacrificios a unos y a otros, pedir a los revolucionarios y a los peronistas que olviden’. Bioy: ‘por afinidad espiritual se acerca a los peronistas. Cree que si les abre los brazos le permitirán hacer un gobierno democrático (semiperonista, desde luego); llegará a creer que en las próximas elecciones, su candidato ganará a Perón. Los peronistas no se prestarán así nomás a ese juego. Los peronistas quieren a Perón. Como Perón tiene más fuerza, cuando pueda lo sacará a Frondizi a puntapiés. Comparable a una coronación fue la ceremonia en que Frondizi asumió la presidencia. Fue aquello una apoteosis, en que se vivó al que se iba y al ausente, a Aramburu y a Perón; no a Frondizi’” (pág. 434).

Es agudo el análisis político, debe decirse y a su vez tiene algún rasgo premonitorio.

A dos años de esos diálogos, el odio contra Frondizi no se apaga.

Leemos del 14 de mayo de 1960: “Borges: ‘Frondizi debería irse. Es el culpable de todo lo que pasa. Siento tanto odio por él… Qué familia siniestra, él y su hermano’. Peyrou opina que es mejor que no se vaya, siga bajo la férula del ejército, la ficción de la democracia se mantenga, haya en su debido tiempo elecciones (con la esperanza ¡ay! infundada de que nos deparen un presidente tolerable. Esgrime el argumento de la opinión del exterior, que enoja a Borges”. (pág. 640).

Caído finalmente, el gobierno de Frondizi, los amigos se sorprenden ante la indefinición militar que sucede a ese derrocamiento.

Divididos entre “azules” y “colorados”, cuya razón no era otra que una relativa tolerancia o un rechazo absoluto al peronismo y la democracia de partidos políticos, asienta Bioy las siguientes reflexiones relativas al último intento del sector “colorado”, derrotado en septiembre de 1962 y que sería derrotado en abril del años siguiente.

Lunes, 2 de abril: come Borges en casa. Borges: ‘uno pensaba que habría revolución o que no habría revolución, pero no que habría una revolución con este resultado (alude a la asunción de José M. Guido como presidente de facto, en reemplazo de Frondizi. El Dr. Guido era presidente del Senado y la indefinición militar forzó su interinato). Qué rara es la realidad, qué de vueltas tiene. Durante toda la crisis política no me atreví a hablar con nadie, porque los mismos amigos están en riberas lejanas y desconocidas. Era cansador ponerse más o menos de acuerdo. Bernárdez está en la buena causa’ (general amigo de Borges, colorado, por cierto). Bioy: ‘la gente no puede entender que los militares defiendan la democracia y que los políticos la amenacen. Borges: ‘los militares (…) iban de un lado para el otro, en la esperanza de persuadir a civiles que aceptaran el gobierno, para salvar las formas institucionales. Los civiles decían no y los militares se retiraban, para intentar algunas entrevistas, de las que se retiraban con igual resultado. Hay algo de patético y casi ridículo en la abnegación de esos hombres que tienen el poder y que por principio no quieren guardarlo para ellos, algo muy generoso y limpio. Frondizi, negándose a renunciar, estuvo bastante valiente, casi Juan Moreira. Si los vigilantes o los bomberos me dijeran: renuncie, yo renunciaría rápidamente. Eso sí: compadecerse porque está preso en Martín García es una idiotez. De todos modos es un sinvergüenza” (págs. 758/9).

Resuelta la cuestión en favor de los “azules” que se decían democráticos, pero bien pronto asumido el gobierno democrático del Dr. Illia, comenzarían a conspirar hasta derrocarlo en junio de 1966, Borges encuentra respuestas a determinados interrogantes y decide su perfil y pertenencia política.

Opina de los militares: “Domingo, 22 de abril: (…) No quiero pensar lo que ocurriría en una guerra. Yo creo que a los generales argentinos cualquiera les gana. Hasta los argentinos. Desde luego, la responsabilidad de desatar la guerra civil es grande. Pero si van a pelear, mejor es que no sean bravucones. Que se mantengan a un lado, como los militares ingleses o suizos. Ya lo sé: entre el peronismo y la patria sólo están ellos. Les damos las gracias. Pero no podemos admirarlos” (pág. 762).

Al día siguiente, consigna Bioy, que dice su amigo que una mujer le dijo: “Vos sos conservador. Yo no lo sabía. Yo votaba por los radicales y me creía radical. Ahora sé que no hay radicales buenos. Todos son iguales. Una porquería. Yo soy conservador” (pág. 763) y al día siguiente enuncia: “Borges: la gente gime contra el peligro de una dictadura militar, porque la democracia no funciona. Mientras la democracia no funcione no hay nada que temer. El peligro es que la gente vaya a las urnas. Así como un feto no puede votar, los peronistas, comunistas, radicales deberían declararse insanos; electoralmente insanos. ¿Qué más prueba de su incapacidad querés?” (págs. 764/5).

Se hizo demasiado extensa la reseña, por lo que hasta acá llegamos, a las vísperas de la elección de Arturo Illia como presidente.


2 comentarios:

  1. Te equivocás, mucho me temo: Bernárdez no es un general, es Francisco Luis Bernárdez, otrora célebre poeta argentino. Te ruego consultes el índice por internet y, de paso, el glosario, donde aparece explicado quién es quién. Saludos cordiales.

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  2. Agradezco mucho el comentario, porque en efecto, confundí a Bernárdez con un general a quien en otra cita refieren.

    En efecto, es quien vos decís el aludido en la cita que aludo, lo que he corroborado mediante la consulta al índice que amablemente me sugeriste en otro comentario.

    Reitero mis agradecimientos por tu lectura, especialmente atenta.

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